Por P. Fernando Pascual
Muchas personas necesitan recibir continuamente ayudas para realizar acciones ordinarias, incluso para comer, lavarse, moverse en casa. Por su edad avanzada, o por enfermedades de diverso tipo, han perdido la autosuficiencia y necesitan el apoyo de otros.
Existe, entonces, el peligro de sentirse un peso, sobre todo en familia. Además, en ocasiones, algunos entre los seres más cercanos hacen notar a esas personas necesitadas que, de verdad, causan mucho trabajo.
En familias donde hay prisas, donde varios trabajan o estudian de modo intenso, donde el deseo de fiestas, deportes, juegos, redes sociales, ocupa un espacio enorme de tiempo, el familiar necesitado puede ser visto como un obstáculo.
Resulta doloroso percibir que, para otros, uno ha empezado a ser considerado como un peso. Incluso en aquellos casos afortunados donde la familia se vuelca sobre el anciano o el enfermo, también es posible que el necesitado sufre al ver cuánto trabajo genera en otros.
Sentirse un peso puede llevar al desánimo, a un decaimiento interior, a un verse a sí mismo como quien no sirve, no colabora, no puede hacer casi nada por los demás.
Aunque no resulta nada fácil, los familiares movidos por el cariño verdadero buscarán modos para que el enfermo no se encierre en esa dañina idea de verse a sí mismo como un peso.
Es cierto que las personas no autosuficientes necesitan mucha ayuda. Pero también es cierto que los miles de familiares y agentes sanitarios que las ayudan no hacen algo “inútil”, sino que aprenden a vivir con la mente y el corazón orientados a servir al necesitado.
Además, existen modos de superar el miedo de verse como un peso cuando se descubren las pequeñas acciones con las que uno, a pesar de sus limitaciones, puede ayudar en cosas sencillas de la casa o, al menos, en esa hermosa “tarea” de escuchar a quienes desean un rato en compañía.
La enfermedad o el paso de los años, desde luego, limitan el margen de acción que uno desearía tener para actividades “productivas” y útiles, para colaborar en la casa y en la sociedad.
Pero quienes no pueden realizar tantas acciones que desearían, pueden, siempre, ofrecer una sonrisa, acoger a quien necesita hablar un poco, dar las gracias, y rezar a Dios por sus seres queridos y por este mundo tan necesitado de esperanza…