Por Mónica Muñoz
Estos días nos ponen sensibles a todos. Cuando celebramos la memoria de nuestros seres queridos que se han adelantado en el camino, sentimos nostalgia y deseos incontrolables de recordar a cada instante a esas personas que formaron parte de nuestras vidas, que en su momento y durante unos años, unos más y otros muy pocos, fueron importantes y dejaron su huella imborrable en nuestra historia personal.
Pienso en mis amigos que sufrieron la pérdida de sus padres, hermanos, hijos o amigos muy cercanos y que han tenido que sobrevivir a su ausencia. Siento inmensamente su dolor, sé que han sufrido y que día a día se repiten, “¿por qué?”, por supuesto, el tiempo hace su trabajo y, poco a poco, consiguen mitigar la pena. Para los que tenemos fe en Dios y creemos en la resurrección, resulta un gran consuelo saber que este es solo un paso por que el que todos atravesaremos y que algún día, nos volveremos a encontrar en el cielo.
Pero, a pesar de esta realidad teológica, el dolor surge dentro del alma y nubla el entendimiento. Hace unos días, una amiga que tiene una enorme fe en Dios, perdió a su esposo. Tres años antes, su hijo menor murió también. No tengo la menor duda de que sabe que están bien, que ya no sufren y cree que se encuentran en la presencia de su Creador, sin embargo, su pena no disminuye, sangra su corazón y ruega a Dios que le ayude para soportar esta enorme prueba. Por supuesto que es completamente normal que duela la separación de nuestros seres queridos, el mismo Jesús lloró cuando se enteró de la muerte de su amigo Lázaro, ¿nosotros tendríamos que sentir menos? Claro que no. El que no siente ante la partida de un ser amado, seguramente tiene atrofiada el alma.
Sin embargo, debemos entender que no podemos paralizarnos de miedo ante esta realidad que a todos nos alcanzará. ¿Cómo hacerlo? Seguramente no es sencillo, incluso hay culturas en las que el tema está casi prohibido, sin embargo, se tiene la creencia general de que en México nos burlamos de la muerte, pero la verdad es que nos aterra la idea de morir o de perder a alguien amado. Jesús también tuvo miedo de morir, como lo narra el episodio evangélico del Huerto de los Olivos. Por eso, creo que unos buenos consejos no están de más para el día en que tengamos que enfrentarla:
1.- Hablemos con naturalidad sobre la vida y la muerte: cuando en casa aprendemos a tratar todos los tópicos que pudieran ser difíciles, preparamos a toda la familia para cuando se dé el caso de un nacimiento o bien, de un fallecimiento. Hay que enseñar a los niños que, así como nacemos, también tendremos que morir en algún momento y que nos dolerá esa pérdida, pero que la vida de quienes se queden debe seguir con alegría, para honrar la memoria del que partió.
2.- Procuremos vivir en armonía: esto es necesario porque la muerte determina la relación en la que quedemos con nuestros seres queridos, nunca sabemos cuándo será la última vez que nos veamos, así es que, procuremos estar en paz, arreglemos nuestras diferencias y perdonemos nuestros errores, y, por supuesto, digamos a nuestros seres queridos cuanto los amamos, demos abrazos y besos sin medida, porque algún día, añoraremos haberlo hecho más seguido.
3.- Estemos en paz con Dios: este consejo va para todos, porque un día nos encontraremos con el Creador y le rendiremos cuentas. Los que somos católicos, tenemos un medio infalible: el sacramento de la unción de enfermos. ¿En qué consiste? En que, cuando una persona ha enfermado de cierta gravedad, puede llamar al sacerdote para que le unte un aceite bendito que le ayudará a recuperar la salud espiritual, y si es la voluntad de Dios, también la física, pero sobre todo, le preparará para entregar su alma al Señor. Este sacramento va acompañado por la confesión y la comunión o santo Viático, como también se le conoce, pues será el alimento que le ayudará a llegar al final del viaje donde comenzará la vida eterna.
4.- Oremos por nuestros difuntos: ciertamente esperamos que estén con Dios, pero nunca estará de más pedir por ellos porque es una muy buena forma de recordarlos y de hacerlos presentes a diario.
Así pues, vivamos con mucha alegría, pero también con gran esperanza. La muerte es inevitable, pero mientras llega, procuremos aprovechar cada momento, amemos mucho y gocemos de la presencia de todos nuestros seres queridos, pero también preparémonos bien para ese último y gran encuentro con el Señor, para vivir felices con Él una eternidad.
Que tengan una excelente semana.
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