Los salmos, alma de mi oración
Por Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Los salmos adoptan un lenguaje poético que puede traducirse en cantos acompañados de música; constituyen la cima de la experiencia religiosa de Israel, joya preciosa de la literatura universal y, por supuesto, alma de la oración de la Iglesia católica.
Necesitamos acercarnos a la sensibilidad poético-religiosa donde se dan formas semíticas de paralelismos de carácter sinonímico, antitético y sintético; se dan juegos de palabras y variedad de imágenes. Se da propiamente el ritmo de pensamiento donde se repite una, dos y hasta tres veces.
Pueden dividirse en (a) himnos de alabanza a Dios Creador y Señor de la Alianza; salmos mesiánicos y cánticos de Sión que exaltan a Jerusalén y al Templo; (b) salmos de súplica, lamentaciones, confianza, acción de gracias; (c) salmos didácticos, para enseñar un modo de comportamiento con un toque histórico, litúrgico o sapiencial.
Hay que tomar en cuenta el contexto histórico del Antiguo Testamento, pero su culminación es el Nuevo Testamento. Cristo Jesús usó los salmos y los vivió y, en los tiempos de la Iglesia, fiel a Jesús, continúa orando con ellos. Son un manantial para la vida de oración de todo cristiano. De cierta manera, constituyen la síntesis oracional de toda la Biblia.
Los salmos hablan a Dios, de sus atributos e intervenciones; de su presencia o su ausencia. En ellos se dialoga de “tú a tú” con gran libertad de espíritu. Notamos cómo Israel va madurando progresivamente su relación con Dios. El cristiano tiene que ir más allá de orar con los salmos como un israelita; debe ir hacia la plenitud de la Revelación en Cristo, porque como nos indica la Carta a los Hebreos 1, 1-2: “Muchas veces y de muchas maneras Dios habló en la antigüedad a nuestros padres por medio de los profetas, y ahora, en este tiempo final, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien también hizo todo cuanto existe”.
San Agustín en sus comentarios a los Salmos, dice que Cristo ora por nosotros (como nuestro sacerdote); ora en nosotros (como nuestro jefe); es objeto de nuestras oraciones (porque es nuestro Dios). Al escuchar un salmo o leer un pasaje del Antiguo Testamento, debemos “ver a Cristo y entender a Cristo”. Ante ciertas expresiones violentas que pueden escandalizar a una mente sensible, ha de tomarse en cuenta el proceso histórico hacia la plenitud de la madurez en Cristo.
En suma, es acertado considerar a los salmos como escuela segura de verdadera oración. No sólo interviene nuestra disposición humana, sino el Espíritu Santo quien nos conduce a la verdad completa y a la contemplación oracional.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de noviembre de 2022 No. 1428