Por P. Fernando Pascual

Con frecuencia estallan conflictos cuando se produce un choque de voluntades.

Eso ocurre en todos los niveles de relaciones humanas: en la familia, entre amigos, en el trabajo, en el edificio, en el barrio, en la ciudad, entre regiones y países.

Así, en una casa estalla el conflicto cuando uno abre ventanas para cambiar el aire y otro las cierra para que no entre polen.

Entre amigos, uno propone ir a un parque y otro rechaza la idea porque prefiere ir al cine.

En el trabajo, el conflicto puede llegar a niveles insospechados cuando dos empleados luchan por conseguir el ascenso a un cargo vacante.

La lista se hace larga, hasta incluir guerras entre dos o más Estados que luchan por controlar un territorio rico en minerales o que buscan “ajustar cuentas” del pasado.

Cada choque de voluntades implica que dos o más personas tienen puntos de vista y deseos de acción que son incompatibles: si se hace lo que uno desea el otro se siente frustrado por no realizar su propio deseo.

Los choques de voluntades provocan daños leves, si el asunto es pequeño y si los “combatientes” evitan el recurso a opciones agresivas.

En cambio, los choques de voluntades generan daños de gravedad cuando una de las partes, o las dos, recurren a la fuerza. Una fuerza que puede ser simplemente de palabra (ataques personales, insultos, descalificaciones, engaños) o, en casos más serios, física.

La historia humana está llena de conflictos que han provocado dolores indescriptibles en millones de personas, y que tuvieron su inicio representativo en el primer choque de voluntades entre Caín y Abel.

Para evitar esos daños, resulta necesario reconocer que no todos podemos querer lo mismo, que los choques de voluntades son muchas veces inevitables, pero que existen modos correctos para alcanzar acuerdos aceptables.

No siempre se puede contentar a todos. Basta con recordar el ejemplo del abrir o cerrar ventanas. Pero siempre resulta posible buscar puntos de encuentro que permitan no solo evitar conflictos dañinos, sino alcanzar acuerdos que mantengan la armonía entre las personas y tutelen la paz en los corazones de las personas implicadas.

 

Imagen de Iván Tamás en Pixabay


 

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