Por P. Fernando Pascual
Llega una persona. Recibimos las primeras impresiones. Surgen las preguntas. ¿Será amable o esquiva? ¿Será colaboradora o individualista? ¿Será honesta o traicionera?
De modo espontáneo, o con reflexiones más o menos conscientes, empezamos a “clasificar” al otro, a encuadrarlo en una serie de adjetivos que (así lo suponemos) nos ayudarían a encontrar la mejor manera de tratarlo.
Sin embargo, nuestros adjetivos en muchos casos se convierten en prejuicios infundados, en etiquetas que no corresponden a la realidad, en obstáculos para tener un adecuado conocimiento de esa persona.
En cada ser humano se esconden características que escapan al primer vistazo o a las aproximaciones que, con mayor o menor perspicacia, podamos haber establecido sobre él.
Porque en el otro hay siempre un misterio que pocas veces llegamos a atisbar. En muchos casos, ese misterio resulta inasequible, de tal forma que nuestros juicios no llegan nunca a comprenderlo.
Si reconocemos ese misterio del otro, evitaremos juicios apresurados sobre su modo de ser, sobre sus cualidades y defectos, sobre lo que esperamos (o tememos) de sus acciones futuras.
Al mismo tiempo, mantendremos la mente y el corazón abiertos ante sus características, entre las que se encuentra también una libertad que permite cambios sorprendentes.
Porque el otro, como yo mismo, no está encadenado a su pasado, ni a sus características actuales. Tiene una libertad que le permite, por desgracia, dejar el buen camino; una libertad que también, gracias a Dios, le abre a dejar lo malo y a escoger el bien, la verdad y la justicia.
El misterio del otro es, en cierta manera, el misterio de mi propia existencia. Porque el otro y porque yo mismo estamos siempre abiertos a diversas opciones, tenemos ante nosotros continuas invitaciones al mal o al bien.
Por eso, he de pedir a Dios que me ilumine, para no encasillar a nadie, y que me ayude a reconocer, en el misterio del otro y de mi propia vida, invitaciones al amor y la belleza que me permiten avanzar hacia una vida plena y auténticamente feliz.
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