Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Vivimos la espiral de la violencia. Parece imparable. Crece en todo tiempo y lugar. Es insoportable, inhumana e injusta la guerra en Ucrania, como las guerras tribales de África, a las cuales el Papa Francisco ha buscado el camino de la paz, haciéndose presente en días pasados e invitando a que cesen las hostilidades endémicas de estas tierras: el Papa Francisco es peregrino de la paz.
Nuestra hermosa tierra se ve entristecida por la violencia destructora de pueblos y familias. Violencia de comportamientos inverosímiles, sumada a la violencia de las palabras intolerantes de los ‘correctos’, que hieren y enseñorean el egoísmo.
Nuestras culturas han tenido arraigada la violencia. Parece connatural al ser humano: ‘ojo por ojo, diente por diente’, la ley del talión. Cuando se ve conculcado un derecho parece que no existe otro camino sino la violencia.
Aún cuando se busca resolver la violencia con la ley para lograr la justicia, el camino es intrincado, susceptible a intereses de grupo o de partido.
La línea de Jesús no es ‘destruye al enemigo y solo apoya al amigo’; o ‘a los amigos lo que pidan y a los enemigos todo el peso de la ley’, en recuerdo a Maquiavelo. El horizonte que Jesús propone es contrario a nuestra furia: ‘ama al enemigo’. Incluso no basta con ser correctos y educados.
La ley de Jesús es la ley del amor y de la libertad, porque nos libera de leyes rituales y jurídicas del Antiguo Testamento; su postura va más allá del ‘se les dijo,’ y mejor, pero yo les digo’, de modo que superemos la postura del esclavo o del siervo, porque se trata de ser discípulos y amigo de Cristo (cf Mt 5, 17-37). Su ley es el amor y la caridad sin límites. No quiere decir eliminar los Diez Mandamientos; sino han de ser iluminados y comprendidos desde la perspectiva del amor: Amar al Padre como él, amar a los demás como él; por tanto, implicando la justicia, -dar a cada quien lo que le corresponde, pero ir más allá en aquello que es específicamente cristiano, el amor de total entrega.
Por eso es muy importante superar la postura de los escribas y fariseos, quienes se limitan a la ley, sin espíritu. Jesús nos advierte severamente: ‘si su justicia no es superior que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos’ (Mt 5, 20).
El término utilizado en el texto griego de Mateo es ‘perisseúse’, de ‘perisseuo’, abundar, sobreabundante; es decir la ‘justicia debe sobreabundar’, contra la postura minimalista de los escribas y fariseos de ayer, como las posturas de los neofariseos y leguleyos de hoy que fracturan la unidad de la Iglesia, cuerpo de Cristo.
Este es el camino de Jesús, hasta quedar vacíos de sí, con el ‘Corazón traspasado’, como fuente; hasta su última gota: ‘…uno de los soldados le atravesó el costada con su lanza, y al instante salió sangre y agua’ (Jn 19, 34).
Por eso la obediencia última de la fe en la nueva y eterna Alianza, es amar como Jesús amaba.
Así se honra la propia existencia y la existencia de los demás; así se devuelve la dignidad perdida de la persona. Solo en el amor, por el amor y con el amor, en la existencia donada.
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