EDITORIAL
Un viejo dicho popular subraya que no hay que tratar de arreglar lo que funciona bien. Menos aún, cuando hay muchas otras cosas que no funcionan o lo hacen mal. Viene a cuento por la tozudez de dar al traste con el INE, reducir sus recursos, descabezar las juntas distritales, desaparecer las juntas ejecutivas locales, centralizar el manejo de las elecciones o prohibir que los candidatos rebasen topes de campaña u “olviden” informar sobre sus gastos, entre otras “reformas” a la Constitución.
¿Funciona PEMEX? ¿Funcionan las carreteras? ¿Funciona la seguridad social, el abastecimiento de medicamentos para los niños con cáncer, la educación básica? El INE era una de las pocas instituciones que nos daban certeza de transitar hacia la democracia real (no la de ficción como la que vivimos tantos años).
Hay que insistir –y asumir– en que es la hora de los ciudadanos, no la de los políticos. Y el INE, pésele a quien le pese, es una conquista ciudadana. Con tropiezos y todo –no hay institución perfecta—funciona. ¿Es muy caro? Pues sí, lo es. Pero no tan caro como la práctica de Ortega en Nicaragua de “las elecciones, el partido ganador, la historia y el destino somos yo y mi señora”.
No, no hay que tratar de arreglar lo que ya funciona. Hay que perfeccionarlo, mientras la atención se dirige a salvar lo que no funciona, lo que confisca el destino de millones de familias de nuestro querido México.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de febrero de 2023 No. 1442