Cuando apenas comenzaba su formación como sacerdote, el “Padre mago Toño” quedó fascinado con África y, desde entonces, conservó en su corazón el anhelo de un día ser parte de la misión, de un día ir prestado a esa misión y vivir la experiencia de aprender y conocer cómo se vive y se practica la evangelización en una tierra tan lejana y diferente a la suya.
Por Rubicela Muñiz
Padre Toño, cuéntenos un poco sobre usted y díganos, ¿de dónde viene el mote de “mago”?
▶ Soy el padre José Antonio Aceves y soy de la Arquidiócesis de Guadalajara (México). Soy sacerdote diocesano, pero ahora estoy de misión porque yo solicité salir a la misión. No es parte de mi trabajo, el obispo no me envía, sino que yo lo solicité.
Ahí en la diócesis de Guadalajara me conocen como “El padre mago Toño” porque antes de ser seminarista trabajé como mago, soy mago de espectáculo. Para no confundir los términos, no tiene nada que ver con brujería ni tengo poderes reales, solo soy un mago de entretenimiento como los conocemos en las fiestas infantiles en México.
¿Cuál fue su motivación para ir a anunciar el Evangelio a tierras tan lejanas?
▶ Desde que yo estaba en el primer año de seminario (ahora tengo trece años de ser sacerdote, más diez del seminario), en octubre que se celebra el mes de las misiones siempre, el seminario diocesano invita a los misioneros a dar alguna conferencia o tener la hora santa con ellos. Y esa vez que nos visitaron, el padre que nos dio una charla presentó fotografías todavía en filminas, nos presentó muchas fotos de África y a mí me cautivaron. Me dio una punzada en el corazón, me dio un flechazo.
Y al final de su charla nos dijo: “Cuando ustedes sean sacerdotes, como sacerdotes diocesanos pueden ir prestados a la misión por un tiempo. Ustedes pueden tener esa experiencia”. Esa noche al ir a dormir, yo nunca batallo para dormir, pero esa vez me quedé pensando un ratito y le di muchas vueltas a eso que nos dijo el padre. Y en mi oración de ese momento dije: “Un día yo voy a ir. Yo quiero tener una experiencia en África”.
Gracias a Dios llegué a ser sacerdote, porque en ese momento era el inicio de la formación. Yo recordaba siempre la inquietud de poder venir a África.
¿Y cómo se hizo realidad?
▶ Una vez hablando con el obispo le dije: “Yo siempre he tenido esta inquietud y me quiero ir, ¿cuál es el trámite?”. Y el que me conocía me dice: “¿Cuánto tienes de ordenado?”. Y le dije que tenía dos años. Entonces él me dijo que me tenía que esperar hasta cumplir los tres años, porque la regla es que ningún sacerdote menor a tres años puede salir a un servicio fuera de la diócesis por la madurez humana, espiritual, pastoral y en muchos casos es bueno y ahora lo descubro.
Pasó el tiempo, yo estaba en la pastoral vocacional, yo fui el promotor vocacional de la arquidiócesis durante 10 años, y en una jornada nacional íbamos en la misma camioneta con los misioneros de Guadalupe, con los que ahora yo estoy asociado. Iba otro de los obispos auxiliares, Francisco González, que me pregunta lo mismo: ¿Cuánto tienes de ordenado? Y le dije: “Tres años”. Y me dijo: “Qué lástima, te tienes que esperar hasta que tengas cinco, porque ningún sacerdote puede salir antes de ese tiempo”.
Yo pensé que estaba bromeando, y le dije: “No, yo ya sé que son tres años”. Y me dice: “No, no lo vas a creer, pero hace apenas quince días cambió esa regla”. Entonces pensé que si estaba en el plan de Dios yo iba a ir a África. Yo quería ir a la misión en una etapa joven de mi sacerdocio porque sé que no son fáciles las tierras de misión en el aspecto físico para poder moverse de un lado a otro o si debía pasar hambre.
Después de estar diez años en la promoción vocacional vuelvo con el cardenal Francisco Robles, le presento mi inquietud y me dijo que sí, que estaba bien. Le presenté un plan y me asocié con los Misioneros de Guadalupe por cuatro años y estoy en Kenia.
¿Cuántos lleva de esos cuatro años?
▶ Dos años. Ahora en enero, a finales de enero, cumplí dos años.
Tuvieron que pasar más de 20 años para hacer realidad ese sueño, pero, según nos cuenta, ha valido la pena cada día de la aventura misionera a la que se entrega con alegría, pues sabe que será breve y prefiere no pensar en que un día tendrá que volver a México.
¿Fue fácil la adaptación?
▶ Yo soy alguien que siempre me ha gustado experimentar los retos. Me gustan los deportes extremos y para mí no ha sido difícil la adaptación.
La verdadera dificultad, y me desespero, es la lengua. Porque yo quisiera poder hablar fluido, entenderles lo que me dicen. Kenia, donde estoy, tiene dos lenguas oficiales: inglés y suajili. Entonces, el inglés es en la forma en que yo me comunico, yo creo que mi inglés está en un noventa y tantos por ciento, pero el otro, el suajili, ando como en un cuarenta por ciento. Pero, además, Kenia tiene 45 tribus y cada tribu tiene su lengua madre. Yo estoy trabajando con la tribu Masái, y en Masái solo tengo los puros saludos, tengo el 0.1 por ciento.
¿Además del lenguaje, qué más le ha tocado aprender?
▶ Cultura. Como en todos lados hay que aprender las costumbres. A veces uno se da de topes porque de manera muy frecuente me acuerdo de aquella fábula, que no sé si es hindú o africana, en donde un chango se acerca a la orilla del río y ve coleteando a un pez, y entonces el chango lo agarra, lo saca y le dice: “Yo te voy a salvar. No te preocupes”. Y pone al pez en el árbol y el pez muere.
Entonces, primero tenemos que conocer la necesidad del otro para poderlo ayudar. Aquel chango mató al pez creyendo que lo ayudaba.
¿Y la parte de la misa?
▶ Si, la misma celebración de los sacramentos, de la misa, a mí me ha enriquecido. Les digo a mis amigos y familiares que lo que más voy a extrañar cuando regrese a México es la misa. Acá una misa ordinaria dura como dos horas, y no porque el padre sea larguero, sino que desde el principio cantan y bailan y la pura procesión de entrada dura diez minutos. La misa es una fiesta.
Ya le ha tocado vivir diferentes tiempos litúrgicos, ¿cómo viven la Cuaresma, la Semana Santa?
▶ En ese sentido no es tan diferente a como lo vivimos en México. A mí no me gustó tanto vivir la Cuaresma acá en África, porque en el tiempo de Cuaresma se caen todos esos bailes, esos brincos, esos cantos. En tiempo de cuaresma no hay todo eso, pero en la misa de resurrección regresan los cantos y los bailes.
Entonces, en ese sentido sí es muy parecido y en algunas cosas más extremo. Por ejemplo, el Viacrucis, el año pasado lo experimenté así, nos aventamos casi cinco horas caminando. Es desde un pueblito hasta la cabecera. Recuerdo que al llegar al pueblo yo les decía: “Por aquí es el camino más rápido para la parroquia”. Y ellos me decían que no, y todavía fuimos a rodear todo el pueblo hasta llegar a la iglesia.
Y decían: “Además todavía no son las tres de la tarde, el Viacrucis debe terminar a las tres de la tarde”. Pero bueno, son los choques culturales.
También, por ejemplo, en la tierra Masái estamos haciendo una campaña de catequizar, de la confesión y todo eso, porque muy pocos se confiesan no porque sean rejegos, sino por la costumbre y sus ideologías Masái: ellos directamente, todos los días, le piden perdón a Dios. Para ellos es muy importante todos los días pedirle perdón a Dios.
Ahí sí cambia un poco porque el sentido penitencial de la Cuaresma pareciera que no es tan fuerte, pero porque ya lo viven de manera ordinaria, aunque no sea Cuaresma.
¿Esta misión ha sido oxígeno para su vida cristiana?
▶ Sí. Viendo mi personalidad, siempre me gusta estar conociendo cosas nuevas, aprendiendo, estudiando algo, pero en lo práctico. Por supuesto que ha cambiado mi visión
Mi meta, sabiendo que vengo por un plazo específico, también es bañarme de los métodos de evangelización. He aprendido a no esperar a que vengan, hay que ir. Ser una iglesia en salida, pero al mismo tiempo hay que recordar que no somos una iglesia proselitista. No se trata de convencer a nadie. Somos una iglesia de atracción. Que vean cómo vivimos.
¿Recomienda la aventura misionera?
▶ Sí. Yo digo que todo sacerdote diocesano debemos tener la misión ad gentes, la misión fuera de la diócesis, al menos una vez en la vida. Una experiencia de mínimo un año o de dos. La experiencia de la misión enriquece mucho la fe, el corazón, la pastoral. Todo está en pro.
¿Ha tenido la oportunidad de mostrar su habilidad de mago?
▶ Si, y ha sido una experiencia muy interesante. Para la mayoría de las personas que me han visto hacer trucos sencillos como aparecer o desaparecer una moneda, es la primera vez en su vida que ven un mago. Yo creo que el 99 por ciento de las personas que me han visto hacer un truco de magia, es la primera vez que ven un mago en vivo y se sorprenden.
En el sentido de espectáculo ha sido muy bonito ver las reacciones porque brincan, gritan, corren, se asustan. Tengo que explicarlo muy bien porque ellos creen que tengo algún poder.
Los mismos sacerdotes de acá no conocen la magia y uno me decía: “¿Y tu mamá sabe que haces estas cosas? ¿Sabe lo que dio a luz? ¿Sabe los poderes que tienes?”. La evangelización con magia ha sido una experiencia muy bonita. Siempre pongo de ejemplo a san Juan Bosco, que era mago y es el patrono de los magos.
¿Con qué se queda de esta misión y qué espera dejar en la gente?
▶ Es una pregunta bien difícil. Desde el aspecto psicológico lo he bloqueado. No quiero pensar en ese momento. Sé la fecha aproximada en la que regreso a México (febrero 2025), pero no quiero pensar mucho en eso porque voy a llorar, porque me enamoré mucho de África.
Quiero dejar al menos, en lo que me enfoco todos los días, en que ellos a través de su cultura conozcan al Dios que es amor. Kenia es un país sumamente espiritual. Yo les quiero dejar la experiencia de un Dios vivo como lo conocemos los cristianos, como lo profesamos los católicos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de marzo de 2023 No. 1443