EDITORIAL
La cuaresma ha iniciado en México con una marea color de rosa. Millones de personas han dicho NO al “Plan B” del presidente López Obrador y su partido político. La soberbia tiene consecuencias. Y descalificar, como se descalifica desde Palacio, a los “adversarios”, tildándolos de “corruptos”, tiene un precio. Pero no se mida ese precio solamente en las urnas o en las estadísticas de aprobación. Hay que medirlo (si eso es posible) en el deterioro al que somete al ya de por sí desgarrado tejido social de nuestro país.
En este tema electoral juegan con fuego. Lo han dicho tirios y troyanos. Arrinconar a la clase media bajo la teoría del “aspiracionismo fifí”, más que una ocurrencia simpática es un error gigantesco. De ella –de la clase media– ha salido el impulso a la democracia en México. Es más, de ella salió el propio presidente para gobernar al país en las elecciones de 2018.
A estas alturas del siglo XXI, azuzar conscientemente a la división en un país brutalmente asediado por la violencia (9 de las 10 ciudades más violentas del mundo son mexicanas) es una actitud diabólica. El diablo no dialoga: divide. Unir, reconocer los derechos y la voz del otro es lo que salva a un pueblo. Esto es historia, no ideología.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de marzo de 2023 No. 1443