Por Sergio Ibarra
Las historias de quienes nos acompañan en nuestra vida, incluidas las propias, se encuentran salpicadas de bifurcaciones que marcan un antes y un después; decisiones que tienen que ver con a qué nos dedicamos y cómo. Son tiempos cuaresmales, tiempos de reflexión.
Decía Jaques Maritain (1882-1973) que la distinción entre el individuo y la persona no es cosa nueva; a ella equivale la antigua distinción del sí y el mí. Haciendo referencia a sí mismo y a mí mismo. Esta distinción es fundamental en la doctrina de Santo Tomás (1225-1274) que definió a la persona como lo más noble y perfecto que hay en toda la naturaleza. La interpretación de estos pensadores católicos es que cualquiera puede ser un individuo, pero no cualquiera se convierte en persona en su jornada vital. ¿Por qué? Porque tiene que ver no solo con el yo mismo, sino con servir a nuestros semejantes.
Un amigo de la juventud –con quien compartí preparatoria, música, familias, diversiones y un primer trabajo en las instalaciones del Canal 13, recién estrenadas en aquellos años– estudió medicina veterinaria y la ejerció, pero había en su interior espacios vacíos. Aquella experiencia del Canal 13 dejó una inquietud. Incursionó en la producción de televisión en las nacientes señales por cable, desde asistente de producción hasta productor, incluido subtitular películas y documentales.
Un día tuvo un encuentro con el conocimiento que cambiaría su vida. Decidió en los cuarenta estudiar la carrera de Psicología y especializarse en terapia de comportamiento sexual. Ahí encontró la mejor forma de sí mismo para brindarse a parejas, a hombres y mujeres, impartir conferencias y realizar investigaciones. Partió de este mundo hace algunos años. Pero ganó esa batalla, la batalla de encontrar la forma de relacionarse y entregar noblemente sus cualidades al prójimo y hallar el camino a la perfección, como Santo Tomás enunció.
Conquistar nuestra vocación está relacionado con el descubrimiento de nuestros dones. La vida moderna nos conduce a elegir una carrera. Hay quienes no quieren o no pueden hacerlo, pero igual se enfrentan a esta decisión compleja. El dilema no distingue clases sociales. Algunos nacen con un puñado de cualidades que lo facilitan. Sin embargo, ante el alud de información que nos inunda, lejos de facilitar estas decisiones del sí y el mí, lo hacen un desafío lleno de confusiones.
La misión de compartir nuestra riqueza interna es irrenunciable, no importa en qué etapa de nuestra vida porque es la mejor forma de servir a Dios.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de marzo de 2023 No. 1443