Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
La razón es y ha sido un gran instrumento para conocer la realidad. Pareciera que el conocimiento que nos ha proporcionado es más que suficiente. Poseemos toneladas de información y una metodología científica que ha permitido grandes avances tecnológicos, como nunca para toda la humanidad. El campo es tan basto que nos es imposible abarcar personalmente el saber.
Pero este saber, no es suficiente, porque no toca el misterio de la persona en sí misma, de Dios y de la misma realidad, que es algo más que su epidermis que nos lanza a interrogarnos sobre el principio anterior a su existencia y su fin absolutamente último. ¿Quién puede explicarnos el origen mismo de la razón?
Nos ubicamos en la nube del ‘no saber’; la luz de la razón, no puede llegar más allá de la oscuridad del misterio.
Tenemos necesidad de ver; nos ubicamos como el ciego de nacimiento (Jn 9, 1.6-9.13-17,34-38), sin más horizonte que las tinieblas. Necesitamos que alguien nos acerque a la ‘Luz’ para tener esa mirada que traspasa los misterios, que también son luminosos.
Jesús, quien es la Luz del mundo, puede pasar cerca de nosotros y curarnos ofreciéndonos la luz maravillosa de la fe, que es plena adhesión a él. Podemos ser excluidos de aquellos que dicen ver y son autoritarios y soberbios. Son ciegos que dicen ver.
Qué importante es tener una experiencia de Luz mediante un encuentro personal, cordial y oracional con Jesús. Sólo él puede sanar nuestro corazón para ver como él ve: ‘porque sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos’, como sentencia Antoine de Exupéry en el ‘Principito’.
Es Jesús quien nos ofrece la mirada del corazón, que es una mirada de fe; gracia que sólo él nos puede dar.
“Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido ‘de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17; cfr Gál 1, 18; Mt 11, 25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. ‘Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede ‘a todos gusto en aceptar y creer la verdad’ (DV 5). (CIC 153).
Así el Catecismo de la Iglesia Católica nos instruye sobre esta gracia de la fe.
Pero además, a través de los dones del Espíritu Santo, podemos conocer y experimenta a Dios en Cristo, como él se conoce y se experimenta, no a modo humano.
La mirada imperada por el Espíritu Santo nos permite ‘ver’ a modo sobrenatural a las personas, la realidad, los acontecimientos.
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