Esta tragedia nos exige a todos los actores sociales trabajar para fortalecer el elemento más importante en nuestra sociedad: la familia.
No son jóvenes de un país lejano; no, son tus hijos, son nuestros hijos. Lo ocurrido esta semana en Teotihuacán, Estado de México, donde una jovencita de 14 años murió muy probablemente a causa de los golpes en la cabeza propinados durante una pelea con una compañera de clase, nos interpela a todos.
Una vez más, hemos contemplado, con impotencia, rabia, tristeza y desesperanza, cómo se trunca la vida de una pequeña, ante la indiferencia de sus compañeros de escuela que, lejos de detener la pelea -que a todas luces ocurría en condiciones desiguales- se burlan de la víctima e incitan a la agresora a golpearla con más saña, mientras graban con sus celulares lo que para ellos es sólo un espectáculo.
De acuerdo con el testimonio de la familia de la víctima, la jovencita habría acudido al lugar de la pelea para ver si lograba detener el bullying, que desde tiempo atrás venía sufriendo por parte de la agresora, debido al color de su piel. Pero el resultado fue muy diferente al esperado: murió por un traumatismo craneoencefálico, y su cuerpo ya descansa en el panteón local, junto con su sueño de ser enfermera.
En los últimos años, hemos sido testigos de campañas que buscan tejer acciones y evitar la discriminación, acoso, intolerancia, indiferencia, desigualdad, violencia física, psicológica o verbal en las escuelas, incluso, iniciativas de ley que han sido presentadas en su momento como modelo para otros países; sin embargo, la violencia entre niños y jóvenes sigue escalando exponencialmente.
De acuerdo con datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México, entre 2022 y lo que va del 2023, a través de la Línea de Seguridad y Chat de Confianza, (55-5533-5533), se han atendido 368 reportes por bullying, de los cuales, 50% han sido de estudiantes de secundaria, 27% de primaria, 6% preescolar. De estos, la violencia física ocupa el 32% de los casos, seguida por la violencia verbal (23.5%) y la psicológica (16%).
El problema es grave y continúa deteriorándose, y es importante atender las causas de fondo que se reflejan en este conflicto entre niños: ¿de dónde obtuvo una niña tanto odio como para golpear a una compañera con una piedra en la cabeza?, ¿dónde aprendió una chica de 14 años esas tácticas criminales?, ¿cómo puede haber tantos jóvenes espectadores, alterados en sus emociones, con el deseo de ver correr sangre?
Este hecho evidencia un fuerte desmoronamiento del tejido social, para el que no existe una solución mágica y mucho menos soluciones violentas como las que se han planteado en redes sociales a partir del caso. Pareciera que, ante situaciones así, todos se vuelven jueces, pero nadie mira lo que ocurre al interior.
Esta tragedia nos exige a todos los actores sociales trabajar para fortalecer el elemento más importante en nuestra sociedad: la familia.
Urge inculcar en nuestros niños, desde la más tierna infancia, que la vida humana es lo más valioso, el respeto al prójimo como condición sin la cual es imposible la convivencia, y acompañarlos correctamente en el desarrollo de sus emociones. Si atendemos esto tan sencillo, entonces podremos poner un alto al bullying.
“El bullying es un fenómeno de auto compensación, de auto valoración; pero no encontrándome yo, sino disminuyendo al otro para sentirme más alto. Es un aprender a mirar desde arriba hacia abajo, y mal”, nos ha dicho el Papa Francisco, y no lo hemos escuchado.
Con información de Desde la fe.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de marzo de 2023 No. 1446