La vida sería muy distinta si todos nos preocupáramos por quienes están pasando por momentos difíciles.
Por Mónica Muñoz
Nuestro país, y el mundo entero, están atravesando por varias terribles crisis, pasando, indudablemente por la económica, la política, la social y la que más debería preocuparnos a todos, la de los valores morales. Y lo digo sin rodeos, actualmente se requiere de cierto valor para hablar de moral, porque se corre el riesgo de ser ridiculizado, menospreciado y ninguneado por tratar este tema que los más progresistas minimizan, desplazándolo al cuarto de los objetos antiguos, pues para ellos es un arcaísmo hablar de tópicos como la decencia, la honestidad, la verdad, la modestia, y muchos valores más que las ideologías extremistas atacan como si se tratara de cuestiones ofensivas.
Un ejemplo de esta guerra que lidiamos a nivel mundial es con la ideología de género y el feminismo radical, donde se manipulan términos como tolerancia, igualdad, decisión, derecho, vida, patriarcado, etc., imponiendo sus ideas como si solamente quienes enarbolan estas banderas fueran importantes y tuvieran la verdad absoluta, sin dejar espacio para quienes piensan diferente, por lo tanto, quienes se han identificado con esas doctrinas ven a la demás gente como enemiga y no como personas con igualdad de derechos como los que tienen ellos.
Por eso, entiendo que se trata de un gran reto ver a quienes detentan esas filosofías de vida con mucha paciencia, es más, ir más allá, llegando al grado de la misericordia, que es como deberíamos tratarnos todos. Pero, ¿qué significa la palabra misericordia? Si nos vamos directamente al diccionario de la Real Academia Española, encontramos que es la “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos.”
En otras palabras, es reconocer que todos tenemos errores y defectos, lo que nos hace mucho más semejantes entre nosotros, y, por lo tanto, como estamos en igualdad de circunstancias tendríamos que ser más compresivos unos con los otros. Sin embargo, nada está más lejos de la realidad. Sencillamente nos cuesta mucho ponernos en los zapatos del prójimo, lo que nos hace sentirnos superiores porque no somos como los demás.
Nos falta mucho amor, y no solo para recibirlo sino para darlo a los que sufren vejaciones o son desplazados porque no se adaptan a lo que el mundo actual exige. Recuerdo el caso de un pequeño, grabado por su madre y compartido en las redes sociales, quien ya estaba cansada del acoso que sufría su hijo en la escuela, debido a una malformación congénita. El niño lloraba desconsolado y repetía que no quería vivir. Ella comentaba que todos los días tenían que buscar la manera de evitar que el chico se quitara la vida y que las acciones familiares ya no estaban dando resultado. El video se hizo viral rápidamente, y actores y personalidades de distintos ámbitos daban palabras de aliento al niño, incluso se abrió una cuenta donde hubo aportaciones económicas para que visitara Disneylandia. Obviamente, la familia descubrió que a muchas personas les importaba su situación, demostrando misericordia por el sufrimiento del pequeño.
¡Qué distinta sería la vida si todos nos preocupáramos por los que están pasando momentos difíciles! Sin embargo, el reto está en no hacer distinciones, por supuesto que es un gesto de enorme nobleza solidarizarnos con extraños que nada nos han hecho. El verdadero reto está en hacerlo con aquellos que nos han causado daño. Por eso, la misericordia debe practicarse como dice la sabiduría popular: hacer el bien, sin mirar a quien. Ahí está el verdadero mérito. Ojalá deseemos cambiar el mundo, comenzando con nuestras buenas acciones, aunque sean pequeñas. Para Dios, todo tiene valor.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de abril de 2023 No. 1450