Por Jaime Septién

Muy pocos escritores han influido tanto en la cultura hispanoamericana y aún mundial como el mexicano y Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz. A 25 años de su muerte (el 19 de abril de 1998), los periódicos y las revistas de México lo recuerdan con ediciones especiales y aún aquellos que en vida lo vilipendiaban (una práctica muy socorrida en México), le dedican líneas elogiosas.

Octavio Paz se definió a sí mismo como un “pagano” en una entrevista que le hizo el político e intelectual mexicano Carlos Castillo Peraza, quizá la única entrevista que concedió para hablar de sus creencias, de su falta de fe, o de su fe escondida (se sabe que su madre era católica). Pero, al preguntarle Castillo Peraza por qué se definía como “pagano”, Paz contestó:

“Fue un desafío. Es absurdo decirse pagano cuando se ha nacido dentro de una sociedad católica, en la que los valores en que se cree son cristianos o son consecuencia del cristianismo. Pero sí siento nostalgia del paganismo, sobre todo por lo que tenía de tolerante”.

Hay quienes especulan que Paz se confesó antes de morir, pero es algo que quedará en el sigilo del confesor (si es que acudió a su casa o solamente se trata de una ilusión), pero de que guardaba en su interior la huella del cristianismo, lo revela uno de los pasajes de la entrevista de Castillo Peraza:

“Un día, en Goa (en la India), en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebraba la misa un sacerdote portugués, en portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si descubrí algo. Tampoco si recordé mi infancia —yo iba a misa— o si reviví mi vida en la parroquia de Mixcoac (en la Ciudad de México, donde nació el 31 de marzo de 1914). Pero sentí la presencia de eso que han dado en llamar la otredad. Mi ser otro dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica”.

Como un pensador honesto, profundo, crítico, sabía perfectamente que en México la raíz cristiana está siempre en diálogo con el pasado indígena, y que la epopeya evangelizadora de los misioneros españoles del siglo XVI no tiene parangón en la historia de las conquistas en todo el planeta. Y así lo señala a Castillo Peraza en esa entrevista: “La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros españoles. En el ser del mexicano está el pasado prehispánico indígena, pero, sobre todo, está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad (…)  No soy creyente, pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más grande que el hombre que soy porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí está la Virgen de Guadalupe y ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El diálogo de un no creyente mexicano con ustedes (los católicos, representados por el entrevistador) es un diálogo con una parte de nosotros mismos.”

Tenía una inquietud espiritual que se esboza en uno de sus poemas, que ha utilizado incluso el Papa Francisco en su viaje apostólico a México: “Hermandad”:

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en ese mismo instante
alguien me deletrea.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de abril de 2023 No. 1451

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