Por Martha Morales

Un embajador persa en la antigua Grecia, en Esparta, quedó sorprendido al ver el respeto y consideración de los espartanos con sus esposas. Le comentó su sorpresa a la mujer de Leónidas, preguntando porqué se les trataba así. Y ella le contestó:

– Sólo ellas saben hacer hombres. 

Ser madre es un reconocimiento que se logra con la energía de amar, guiar, acompañar y proteger a los hijos. La madre transforma el yo en el nosotros. Es un proceso dulce y amargo a la vez, pero cada una pone el acento en donde quiere. La mujer casada no debe descuidar su arreglo personal, ya que eso influye mucho en el trato con el esposo. La mujer puede hacer las mismas cosas que el varón, pero sólo ellas pueden ser buenas madres. La virtud se vierte fácilmente del corazón de la madre al corazón de sus hijos. Ningún tesoro se compara a ella, y aquí se incluye, por supuesto, a las madres solteras.

Toda mujer quiere ser madre, y desea lo mejor para sus hijos. Lo mejor para un hijo es tener una familia sólida. El padre representa el poder y la autoridad, es proveedor y forjador de identidad. El padre da seguridad y confianza. La madre da cariño y atenciones cada día. El niño tiene necesidades emocionales y psíquicas. Se necesitan dos para engendrar un hijo. También se necesitan dos, de preferencia, para su desarrollo.

Hay mujeres que pueden sentir que valen menos porque ya le dieron la flor al novio. Se puede luchar por una segunda virginidad, una virginidad renovada: “De aquí en adelante ya no tendré relaciones sexuales hasta que me case”: Es un buen modo de empezar, y añadir a eso el pudor en el vestir, la modestia.

La mujer puede elegir entre resultar encantadora o provocadora, es decir, optar por ser la dama que puede ser o por ser la hembra que también puede ser. La sexualidad es algo especialmente íntimo. En tanto el amor y la sexualidad están unidos, lo sexual es profundamente íntimo y objeto de ese pudor especial. Parece una afirmación inocente, pero no lo es tanto, pues contiene muchos implícitos resumibles en esta idea intuitiva: el varón y la mujer se relacionan sexualmente entre sí de modo amoroso y donal, y no apareándose.

Una vez, un famoso profesor llegó al aula, y les presentó a sus alumnos un billete de alto calibre preguntando: “¿Alguien quiere este billete?”. Todos los alumnos alzaron la mano. El profesor adoptó un aire misterioso, tiró el billete al suelo y lo pisoteó tres veces. Luego dijo: “El billete ha quedado maltratado, pero si alguien lo sigue queriendo, que levante la mano. Se armó un revuelo. ¿A quién le importaba que estuviera maltratado? ¡Todos seguían queriendo aquel billete! Luego el profesor lo dobló y escupió sobre él, luego lo hizo bolita. Quien en tales condiciones siga queriendo este billete no tiene más que decírmelo y se lo daré. Todos volvieron de nuevo a levantar la mano. “Bien, dijo el orador, ahora ya están en mejores condiciones para saber qué es la dignidad humana. Cuando el billete estaba limpio y liso, todos lo querían pues valía lo que decía. Cuando lo pisoteé, seguía valiendo lo mismo, cuando lo maltraté, lo mismo. Pues así sucede con los seres humanos: pueden ser pisoteados, humillados, escupidos y maltratados. Hagan lo que le hagan nunca perderá su dignidad ni su valor. Pase lo que pase ante Dios siempre seremos valiosos e importantes: infinitamente más valiosos que este billete”.

Juan José Priego narra otra historia muy antigua: Un hombre se quejaba y gemía ante un amigo:

– No he sido bueno, no soy trigo limpio. Tengo pecados que no sé si Dios quiera perdonarme.

El amigo le hizo una pregunta:

– Si tu túnica se rasgara, ¿la desecharías?

– ¡No! Esta es la única túnica que tengo. Si se rasgara la remendaría y volvería a usarla.

– Si tú cuidas así tus vestidos, que no son más que paño, ¿crees que Dios no va a tener misericordia de uno que ha sido creado a su imagen y semejanza? 

El primero sonrió lleno de gozo. Ahora sabía cuál es el valor de la vida humana, y reemprendió su camino. Estas son historias bellas y profundamente humanas y nos muestran una realidad: El ser humano puede estar sucio, puede tener el corazón roto, puede haber pecado obstinadamente, pero no por eso a los ojos de Dios vale menos. Dios espera nuestro arrepentimiento como el padre que tenía un hijo pródigo para darnos un abrazo muy grande y lleno de amor.

 

Imagen de Sasin Tipchai en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: