Por Fernando de Haro
El agua es oscura, verde casi negra, en el Río Bravo. El caudal transcurre por una zona frondosa, la corriente no empuja demasiado. Y una familia intenta pasar al otro lado. El agua le llega al pecho. Cuando salgan del río tendrán las espaldas mojadas y luego habrá patrullas y luego autobuses para devolverlos. Pero en TikTok dicen que esta vez la frontera está abierta. Como esta familia, ha habido en los últimos días miles de migrantes que han querido entrar en Estados Unidos.
La frontera no está abierta. Ya no está en vigor el famoso título 42 establecido por Trump durante la pandemia. Regulación que negaba el asilo para los refugiados y permitía una expulsión de los migrantes en 30 minutos. Ahora la expulsión es un poco más lenta. Pero, en cumplimiento de la legislación internacional, no se niega el derecho de asilo.
Las imágenes de los últimos días son gasolina para una posible campaña de Trump. A sus seguidores no les importa mucho que haya sido condenado por abuso sexual. La información ofrecida por radios y televisiones alimenta la idea de que se está produciendo una invasión imparable de mexicanos, venezolanos, hondureños, salvadoreños…
Antes de la aparición de Trump los candidatos republicanos no prometían mano dura con la migración para no perder el voto hispano. Ahora a los hispanos, paradójicamente, les gusta oír que la política migratoria será implacable. Por eso Biden quiere demostrar que es capaz de controlar lo que sucede en la frontera.
Volveremos a tener una campaña centrada en la construcción del muro en la frontera sur. El asunto es complejo. La llegada de migrantes en algunos, pocos, puntos del país como Nueva York pueden generar problemas para los servicios sociales. Pero los estadounidenses no podrían arreglar sus jardines, cuidar a sus hijos o tener suficientes camareros sin los migrantes. Ya se vio en la pandemia con los trabajadores del campo.
En los últimos dos años y medio los migrantes han aumentado de forma considerable la fuerza de trabajo de los Estados Unidos. Algunos economistas señalan que esa fuerza laboral es esencial para que el país crezca como está creciendo. Los estudios del prestigioso instituto Pew Research Center señalan que entre 1995 y 2015 la mitad de los nuevos trabajadores eran migrantes.
Estados Unidos necesita más que nunca mano de obra, sobre todo en el sector industrial. Hace unos días Jake Sullivan, el Consejero Nacional de Seguridad, presentó la estrategia geoeconómica de Biden. Es más dura con China que la de Trump. La élite demócrata se ha convencido de que el modelo de globalización de los últimos 30 años, que le daba prioridad al libre comercio y relativiza los problemas de seguridad nacional, ha debilitado los fundamentos socioeconómicos de las democracias sanas. Hay que evitar a toda costa que China siga apropiándose de la tecnología de los semiconductores.
Para ello es necesario reducir la relación comercial con el Gigante Asiático y fortalecer las alianzas con el “mundo libre”. Esta estrategia, sin duda, provocará un incremento de la polarización entre Occidente y el Sur Global. Ese Sur Global, como estamos viendo durante la guerra por la liberación de Ucrania, se siente más cerca de China que de Estados Unidos.
Esta es la paradoja, Estados Unidos y Occidente en general necesitan de la mano de obra del Sur Global. Pero cada vez se alejan más de ese Sur Global. Es inhumano que el único interés por los migrantes sea su capacidad de mejorar la economía. No es inteligente ni justo distanciarse del Sur Global. Lo ideal es que la familia que cruza el Río Bravo no hubiera salido de su casa.
Tomado de PaginasDigital.es
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455