Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

No creemos con Hipólito Taine, el pensador francés, en la determinación del carácter por el medio. Pero sí creemos que el ambiente influencia y condiciona la personalidad. ¿Qué tipo de hombre se ha ido conformando en estos moribundos años del siglo, entre guerras, dictaduras e injusticias?

Época ambivalente de grandeza y miseria, avances técnicos y retrocesos morales, el pent-house y la caverna, el despilfarro y la carestía, la cultura y la ignorancia refinadas. El hombre con la cabeza llena de supermercado, los oídos llenos de “disco” y la boca llena de güisqui y a su lado el indígena vacío de ideales, fortuna y esperanza. La Tierra no es un valle de lágrimas, nosotros la hicimos valle de lágrimas.

Al hombre le interesa el ruido y la prisa—la adicción a los kilómetros por hora—, no el silencio reflexivo y la prudente calma. El furor de vivir con que se mueve le oculta la gran realidad de la muerte, por hoy el tabú de turno. Un optimismo superficial le acalla las más urgentes necesidades. Y el analgésico reina, porque el hombre no es capaz de soportar el más leve dolor. La sospecha sustituye a la confianza y el interés a la gratitud. El prójimo es el enemigo que vencer en esta cacería por el puesto y la prebenda.

Importa ser rico cuanto antes y por los medios que sean. La sociedad no sólo adora al becerro de oro, lo cual sería malo; adora al oro del becerro, que es la suprema idiotez. “No contemos el dinero ganado, ya hemos perdido bastante tiempo ganándolo”, escribía Bernard Shaw con la seriedad de su humorismo. El deporte más practicado por los elegidos llámase consumismo, comprar y comprar, llenarse de cosas y necesidades innecesarias; la sociedad de consumo nos consume y devora.

La ausencia de esperanza se sustituye por el miedo, según los profetas-búhos de la noche nos prometen un nuevo apocalipsis. El pesimismo del hombre de hoy mata los ideales, el ensueño y la utopía; hasta la voz de los poetas se ha vuelto triste y empolvada, lejos de aquellos Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío. El hombre actual sigue siendo el “unidimensional” que dijo Marcuse, desinteresado del pasado y del futuro, sin más horizonte que el culto al presente.

Confunde el descanso con cualquier diversión que lo deja más cansado de cuerpo y mente. Conjuga en primer lugar el verbo tener, después el verbo saber y al último el verbo ser; cuando debería ser precisamente, al contrario. Sin discernimiento y prudencia, acepta dócilmente el bombardeo publicitario que le llega mediante la polución de los oídos y de los ojos. Es un crédulo empedernido.

Espejos, trozos de espejo para reconocerse. Retratos aproximados del hombre finisecular afectado por tantas crisis a partir de la crisis de su propia identidad.

Artículo publicado en El Sol de México, 3 de noviembre de 1994; El Sol de San Luis, 12 de noviembre de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de mayo de 2023 No. 1455

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