María Luisa Aspe Armella, es doctora en Historia por la Universidad Iberoamericana. Especialista en historia contemporánea y de la Iglesia, ha sido presidente del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. Tiene una vasta obra publicada sobre historia de la Iglesia en México y sobre el papel del catolicismo social en nuestro país. También es profesora en programas de grado y posgrado en universidades, nacionales extranjeras y pontificias. Y una de las mentes más lúcidas de México para analizar, desde el catolicismo, el presente y el futuro de la fe frente a la secularización del país.
Por Jaime Septién
¿En 202 años de la consumación de la Independencia, hemos sabido conjuntar las dos mitades dé México? ¿La indígena y la hispana?
Yo creo que no, una herida histórica que no puede dar cuenta de sí misma continúa y se expresa como racismo, exclusión, superioridad… El discurso del Estado liberal primero y del posrevolucionario más adelante, no hizo sino ampliar la brecha que divide a una misma nación, incapaz de asumir el mestizaje como enriquecimiento. En la actualidad son otras divisiones –viejas y nuevas– las que impiden reconciliarnos con nuestra historia y con la realidad de un México diverso y plural, pero uno.
¿Se ha desdeñado al catolicismo en su vertiente social por parte del poder político?
Sin duda. Se trata de una situación compleja de raíces históricas (guerra de Reforma, activismo desde la encíclica “Rerum Novarum”, Constitución de 1917; guerra cristera…), a la que se suman elementos más recientes: La reforma al Artículo 130 constitucional (Salinas de Gortari) que regresa a los ministros de culto la personalidad jurídica, desvanece una de las banderas centrales del catolicismo mexicano en su conflicto histórico con el Estado y, paradójicamente, sin tener ya razón para el conflicto, se ubicaron como “creyentes de closet”, sin posición ni acción social en el ámbito de lo público. Lo que quiero decir con esto es que no ha sido sólo el Estado sino la jerarquía y los fieles “en tiempo de bonanza” quienes renunciaron a su misión. Como dijera el teólogo franciscano Manuel Anaut, los tiempos de bonanza nunca han dado en la historia ni santos, ni sabios ni líderes.
Creo que en el presente, en un contexto de liderazgo populista el catolicismo social más que desdeñado se ha intentado frenar, viéndolo como competencia de una de sus demandas discursivas: la justicia. El llamado que ha hecho el Episcopado Mexicano al clero y al conjunto de los católicos a favor de la paz es un ejemplo claro de esto.
¿Los católicos sabemos entrar en la cosa pública o seguimos en la sacristía?
De acuerdo al Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, el número de católicos en México ha descendido alarmantemente en la última década. La información que los obispos mexicanos han presentado al Papa Francisco en la reciente visita ad limina a este respecto, es elocuente. Factores históricos aunados al cambio cultural que se dio de la mano de la globalización han modificado la otrora identidad dura de la fe católica (fidelidad doctrinal, vida sacramental frecuente). Pero –de nuevo es paradójico– lo que este contexto privilegia son los carismas vivos, testimoniales, de los que las implicaciones sociales de la fe son clave. En suma: estamos en un contexto difícil, cuesta arriba pero en el que la acción social del católico en la vida pública es una ventaja comparativa.
¿Qué ves en el futuro inmediato?
Riesgos, retos enormes, un contexto adverso que –siguiendo el argumento de Manuel Anaut– es propicio para que surjan líderes, sabios y santos; cristianos de una pieza. Más que cortar la cizaña –que es mucha– nos toca sembrar más trigo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de julio de 2023 No. 1460