Por Jaime Septién
En su libro El regalo de la comunicación, Sebastiá Serrano, señala que nuestra sociedad, “la sociedad del conocimiento”, por su enorme oferta digital, tecnológica y de inteligencia artificial, “es sinónimo de la sociedad de la impaciencia y de la inmediatez, donde cada día que pasa todo es a más corto plazo: las relaciones, el trabajo o los objetivos”.
Esto significa que “los valores sólidos como la lealtad, la fidelidad, la confianza y la amistad, relaciones que requieren una concepción de la vida y del mundo a largo plazo, resultan incompatibles con los requisitos que perfilan a los actores de la nueva economía”. Y entre esos “actores” estamos usted y yo. Atrapados en una red de pantallas, cedemos el tiempo –nuestro único recurso vital no renovable—a comprar objetos que no necesitamos con el dinero que no tenemos y a “endrogarnos” (nunca mejor dicho) para satisfacer ¿qué cosa? Nada.
Pregunte a una persona que va en el autobús qué es lo que ve en su celular durante los 30 minutos del recorrido y le dirá algo tan genérico como Instagram, TikTok o, simplemente, “mi celular”. No está observando ni aprendiendo nada: está –literalmente- matando el tiempo. El pase de una imagen a otra marca una estructura en el cerebro en la que la vida debe ser consumida pronto. Y lo que vale, lo de largo plazo, “es cosa de viejos”, de las antiguallas de los abuelos… ¿No estará por ese rumbo la declinación de la fe?
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de julio de 2023 No. 1463