Por P. Fernando Pascual

Hay muchos tipos de cansancios: físicos, psíquicos, espirituales, etc.

Los cansancios llegan de diferentes maneras y con mayor o menor intensidad: por el calor, por una enfermedad, por la noticia de la muerte de un ser querido, por ciertas dependencias que nos desgastan continuamente.

Cuando un cansancio entra en nuestra vida, buscamos maneras para des-cansar, para recuperar fuerzas y estar disponibles a tantos proyectos buenos.

Buscamos, sobre todo, superar las causas del cansancio, para que deje de aprisionarnos en formas de parálisis que nos hunden poco a poco.

Sin embargo, hay cansancios que triunfan, que nos paralizan, que no dejan ni siquiera espacio para dar un paso que nos libere de sus ataduras.

En esos momentos, nos resulta de gran ayuda encontrar a alguien disponible para animarnos, para suplir nuestra falta de energía, para orientarnos a la curación.

Entre esas ayudas, tenemos siempre la cercanía de Dios. Cristo mismo nos invita a acudir a Él cuando estamos cansados y agobiados (cf. Mt 11,28-30).

Desde la ayuda divina, y desde otras ayudas de familiares, amigos, personal sanitario, podemos romper con las ataduras del cansancio y recuperar fuerzas para la tarea de cada día.

Luego, cuando ya estemos fortalecidos, descubriremos posibilidades para dar nuestra mano a otros que necesitan, como nosotros, encontrar ayuda y consuelo para seguir en el camino de la vida.

 

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay


 

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