Por: Juan Diego Camarillo
«[Los jóvenes] ahora son reconocidos porque encabezan el ministerio de la época: el de la comunicación». Con estas palabras, el obispo de Querétaro, Fidencio López Plaza, subrayó la necesaria labor de los comunicadores católicos.
Animado por ese reconocimiento, asistí al Segundo Foro de Diálogo Abierto del Bajío, donde junto con las diócesis de León, Celaya, Irapuato y Querétaro se abordó la temática de «El comunicador, la democracia y la participación ciudadana».
Como joven estudiante y al mismo tiempo como comunicador encargado de la administración digital de este medio, sentí una profunda resonancia que deseo expresar como comunicador católico.
Cuando ingresé al mundo de la comunicación, lo hice a través de la Iglesia. Mi párroco notó mi habilidad con la tecnología y me colocó en el cargo de la comunicación parroquial. Guiado por la acción del Espíritu Santo, asumí el desafío de aprender más para hacer más. Lo que inicialmente fue una imposición se transformó en una responsabilidad y, en última instancia, en mi pasión.
Es sencillo caer en la trampa de recibir elogios por nuestras habilidades, por ser fotógrafos, editores, diseñadores, especialistas en redes sociales… o incluso, por formar parte del «ministerio del milenio». Sin embargo, en lugar de llenar de hashtags al comunicador católico, debemos instarlo a asumir la profunda responsabilidad de profesionalizarse para continuar el importante trabajo de la Iglesia en este ministerio.
Aquellos que han experimentado el mensaje del evangelio saben que aquel que nos dio la vida y los talentos para administrarla no merece menos que una comunicación de alta calidad en todos los niveles de su Iglesia.
Vivimos la realidad de un mundo digital donde los comunicadores -incluso los católicos- entendemos en varias ocasiones que la estridencia debe de imperar y mal entendemos el mensaje del Papa Francisco: “Hagan lío”, convirtiendo las redes sociales católicas únicamente en platillos que aturden, provocando que el cristiano, joven o adulto, no se asuma en el contenido y escape por el ruido de un mensaje mal dado.
Es deber de los comunicadores católicos, especialmente nosotros jóvenes, tomar bien y fuerte el volante de la comunicación en la iglesia. Hay tanto ruido en los medios seculares al cubrir la fuente religiosa que si “el Papa Francisco ya está trabajando para que las parejas del mismo sexo reciban la bendición, que ya pronto habrá mujeres sacerdotes…” tanto ruido con información infundada que los católicos debemos refutar con la verdad, siendo honestos y serios en el mensaje y llevándolo al lenguaje del cristiano de a pie.
Tenemos, pues, la responsabilidad de no ser jóvenes comunicadores improvisados, de comprender el evangelio que nos lleva a profundizar en los problemas de la ciudadanía y a ocupar con dignidad uno de los púlpitos más grandes actualmente, el del continente digital. No podemos hacer oídos sordos al grito del fiel cristiano que ante la crisis de la desinformación clama: “¡Auxilio, periodistas católicos, necesitamos claridad y profundidad en su labor!”.