Por P. Fernando Pascual
Alguna vez habremos escuchado esta frase: estamos hechos para amar. ¿No resultado algo extraño? Si somos libres, cada uno podría decidir para qué “está hecho”.
Pero la frase tiene pleno sentido cuando descubrimos que la existencia es una llamada de amor, y que quien llama es el Amor en Persona, es Dios amor.
Si Dios llama y crea, solo puede hacerlo para poner en nuestros corazones el fin más hermoso, más grande, más “realizador”: amar.
Hay un famoso texto de Juan Pablo II que refleja muy bien esta idea:
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Redemptor hominis, n. 10).
No hace falta darle vueltas. No estamos hechos para proezas admirables, ni para números de realizaciones aplaudidas por los demás y por nosotros mismos.
Nada tiene sentido pleno en la vida, absolutamente nada tiene valor, si no se hace dentro del único eje, de la única coordinada, del único vector que da sentido a la vida del hombre: el amor a Dios y, en Dios, al prójimo.
Ese amor, lo sabemos, se ha hecho Hombre, vivió entre nosotros, y ahora está sentado a la derecha del Padre: Cristo.
Es la experiencia de Pablo: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). Porque nada nos puede separar del amor de Cristo (cf. Rm 8,39).
El mismo Pablo sabía muy bien que no nos salvamos por las obras de la ley, sino por la gracia. Y la gracia, en definitiva, es la vida de Dios en mí, es Dios amor que ama en mí…
Se puede decir, de forma radical, que soy en la medida en que amo. Si no amo, mi ser se empobrece, avanzo hacia el vacío, no soy capaz de darle sentido a la vida.
En cambio, si amo, puedo decir que existo plenamente. Porque entonces está en mí el Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)…
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