Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

ESBOZO BIOGRÁFICO DEL P. ENRIQUE AMEZCUA MEDINA

El Padre Enrique Amezcua Medina, Fundador de la Confraternidad de los Operario del Reino de Cristo, juntamente con los Cofundadores Abrahán Martínez y Betancourt, -Obispo de Tacámbaro, y Manuel Pío López y Estrada, -Arzobispo de Jalapa, Padres Conciliares del Vaticano II, murió el 28 de octubre de 1992, fiesta de los Apóstoles Simón y Judas, cuando se celebraba la conclusión de la Asamblea de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en República Dominicana.

Su cuerpo aguarda la resurrección a la entrada del Santuario de la Quinta Aparición Guadalupana, en Tulpetlac, – por su expresa voluntad, para seguir ‘acercando a los fieles al amor de Santa María de Guadalupe’, desde ahí, es decir, siempre; esa era la voluntad de este hombre apasionado del Reino de Cristo, del Sacerdocio, de la Iglesia y del amor vehemente a la Virgen Santísima María de Guadalupe. Quería seguir contrayendo el Templo Vivo, -la Casita Sagrada, Teocaltzin, es decir, el Reino de Cristo, desde ahí.

El Padre Enrique, una vocación sacerdotal desde niño.

El sacerdocio es un don que supone una elección de Dios en Cristo y una aceptación y una respuesta de quien lo recibe. Necesita un ambiente propicio para que la vocación florezca.

En un ambiente bajo el signo de la violencia revolucionaria y bajo el signo de Cristo, nace Enrique, llamado desde el vientre de su Madre, Anita Medina González y engendrado por su Padre, Enrique Amezcua Martínez, a ser sacerdote de Jesucristo; en un tiempo, 11 de diciembre de 1918 y en un espacio, la Ciudad de Colima. Bautizado el mismo día, de Padrino celestial, san José, y su Madrina, María Dolores, su tía. La unión con Cristo desde su bautismo, fue el principio de una vida nueva, el inicio de la aventura humana más extraordinaria a lo divino. El Espíritu Santo fue realizando su obra para mirar de manera diferente la vida y la historia. Nació orientado para el Cielo. Su fe recibida y profesada, lo abrió a su primera realidad de comunión. El Espíritu Santo trabajó en él para el Hijo y para el Padre. La fe que lo iluminaría a largo de su caminar por las veredas de la Providencia hasta el reconocimiento de su vocación y de su misión en la Iglesia, como Fundador de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo.

La vocación conlleva un proceso de maduración, de conciencia y de respuesta progresiva, según el plan de Dios. Los primeros pasos, dos años después, los dio en Tepalcatepec, tocado en su interior por lo divino. El impuso del Espíritu Santo se hizo sentir en ese ambiente de piedad pueblerino. Su asistencia a la santa misa, la escucha de la Palabra de Dios y en la predicación, y de esa Palabra de Dios que recibió en los consejos de sus Padres y en las conversaciones con ese hombre de Dios que lo fuera el P. Pío López y Estrada, -tan amante de los niños y que sería Arzobispo de Jalapa y Cofundador de la Confraternidad-, secretario de su tío Francisco González, Obispo de Cuernavaca, con su particular observación de la realidad y la práctica de las virtudes domésticas. Su corazón fue sellado desde su infancia para la grandeza del sacerdocio y la obra de las vocaciones sacerdotales, su pasión por el Reino de Cristo y del Templo Vivo de Santa María de Guadalupe.

Tuvo una experiencia de situación límite, fronteriza y existencial, a su temprana edad, 7 años, con la caída fatal de un caballo, invocado al Santo Niño; de ahí ese primer impulso de ser para Dios, como diría santa Teresa “yo para Dios nací”.

De pequeño el P. Enrique tuvo un sueño en el cual habían matado a un trabajador; dio el nombre del asesino y cómo sucedió el crimen. Los familiares desestimaron el sueño de Enrique soñador. El criminal fue atrapado y confesó su fechoría, tal y como él lo había dicho. Algo singular estaba aconteciendo en el niño Enrique. Dios a sus privilegiados, les habla de muchas maneras; a él como a san José, por un sueño. A su temprana edad se mostró el impacto del Espíritu al celebrar sus misas de liturgia infantil. Ya desde entonces sentía en su interior la llamada de Dios. El ambiente de fe y de buenas costumbres, fueron cincelando una vocación sacerdotal, tan especial de quien tendría el carisma por las vocaciones y el carisma de esta obra sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo.

El Padre Enrique Amezcua, Modelo de Identidad Sacerdotal.

El hombre está inmerso en la realidad y ésta por su misma esencia es misterial. La persona participa del estatuto del misterio. Acercarse a ella invita a percibir más allá de su rostro, el misterio. Ahí se percibe ese develarse y ocultarse del ser y del aparecer, del ser y del decir, del ser y del vivir, del ser y del amar, del ser y del tiempo, como lo afirma Heidegger. Nos adentramos en el camino de la verdad como alumbramiento y ocultación que se densifica e inscribe en la historia. Esta postura exige despojarse de prejuicios para contemplar a la persona como verdad que acontecen en el ámbito envolvente del amor. “En la experiencia de un gran amor, -como decía Guardini, todo se vuelve un acontecimiento dentro de su ámbito”. En la perspectiva de la fe nos colocamos ante la realidad más plena, ante lo real que aparece y que siempre está más allá.

El hoy del Padre Enrique Amezcua Medina, fue asumido por el Hoy de Dios por su “sí” en Jesucristo Sacerdote, de su ofrecimiento de gratitud a Dios, a la Santísima Virgen de Guadalupe, a la Iglesia, en su sí sacerdotal para que muchas manos levantaran el cáliz de la salvación de la nueva y eterna Alianza (Cf Sal 115). Su sí fue su ofertorio sacerdotal de todos los días lo que marcó su caminar para fundar la Confraternidad, fundar el Seminario de Salvatierra y este Seminario Mayor del Sagrado Corazón de Jesús de Querétaro. Sus huellas, son historia de gracia; su compromiso permite nuestro hoy celebrativo que nos abre a seguir sus pasos con pasión para instaurar el Reino de Cristo, siendo sacerdotes,- primero seminaristas, según el Corazón de Cristo.

Vocación Vinculada al mártir de Sahuayo, San José Luis Sánchez del Río.

La concatenación de hechos y personajes, pueden progresivamente ir descubriendo el proyecto de amor de Dios en su designio que implica la personal vocación al amor. El encuentro con san José Luis Sánchez del Río, es un momento de gracia para ir descubriendo la propia vocación sacerdotal. Si dice Gadamer que es importante el contexto para una buena hermenéutica histórica, hemos de reconstruir éste: el empeño del gobierno de Calles de imponer su ideología anticristiana y denominada fanática por los medios de imposición legal y ante la justa exigencia de los cristianos, con el baño de sangre. La fe viva y operante en el Mártir de Sahuayo; los anhelos de imitar al Joven José Luis por parte del Padre Enrique.

Sigamos el relato del encuentro descrito por el mismo Padre Enrique: “Un día en que José Luis pasaba como abanderado del ejército de Cristo Rey, en el portal, cerca de la presidencia Municipal de Tepalcatepec, se acercó a él un niño de nueve años, atraído por su irresistible personalidad. El encuentro entre José Luis y Enrique Amezcua fue así: Entre los recuerdos de mi niñez lo que tengo más grabado, como si hubiera sido una visión sobrenatural, es la presencia de José Luis. Al llegarme a él para conocerlo, estrechaba contra su corazón la Bandera de Cristo Rey, y con fervor extraordinario hablaba de la Madre de Dios a un joven cristero desalentado, tratando de infundirle entusiasmo para ser fiel a sus compromisos de soldado de Cristo. Me acerqué , y obedeciendo a un impulso que no pude contener, le dije:- José Luis, quiero ser como tú, soldado de Cristo Rey. Quiero ir contigo para llevar también yo esa bandera. Sonriendo me contestó: -‘Eres muy chico todavía, no puedes venir ahora. Lo que tienes que hacer es rezar mucho por mí y por todos nosotros’. Y clavando en mí sus grandes y ardientes ojos, con una mirada penetrante, imposible de olvidar, prosigue: -‘Dios te quiere para que seas sacerdote algún día, podrás hacer muchas cosas que ni yo, ni nosotros podremos realizar. Así que no te apures. Oye, ¡Qué tal si hacemos un trato! Al aceptar yo él propone: -‘Que tu vas a pedir siempre por mí; y que yo pediré siempre por ti. ¿Aceptas?’-Así lo haré. Gracias José Luis.- ‘Pues el trato está hecho’, concluye José Luis. ‘Venga esa mano’. Y estrechó fuertemente mi mano con la suya, que portaba el estandarte de Cristo Rey, añadiendo, -ahora hasta que Dios quiera; hasta pronto o hasta el Cielo… Conmovido hasta humedecerse mis ojos en lágrimas de admiración y agradecimiento, vi alejarse a José Luis con su compañero para ir a montar sus caballos, pues ya el clarín daba la orden de proseguir la marcha”. (GARCÍA DE LECONA, Guadalupe, REYES CEDILLO, José, “Enrique Amezcua, Hablan sus Hermanos”, México, 2013).

Alumno Salesiano.

Descubrir su estilo alegre y jovial de su primera formación como alumno del colegio salesiano de Morelia, desde 1927.

Seminarista de Tacámbaro en el Seminario de Morelia, en la época de Lázaro Cárdenas.

Seminarista en Montezuma: testimonios de sus compañeros. El obispo Mons. Genaro Alamilla. Miembro de las Congregaciones Marianas.

Sacerdote 10 de octubre de 1943.

Cuando recibió el Cáliz: “¿cómo pagaré a Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de la salvación e invocaré su nombre” (Sal 115,2). Su decisión, respuesta a este gran don del sacerdocio: “Trabajaré toda mi vida para que haya muchos sacerdotes que levanten el cáliz de la salvación”. Al día siguiente su primera misa solemne el 11 de octubre del 1943; en ese tiempo día de la Maternidad Divina de María: “Dios nuestro Señor suscitó en mi vida el anhelo de trabajar por las vocaciones sacerdotales, para dar muchos sacerdotes santos a la Iglesia”.

Su cantamisa en el Pueblo de Tepalcatepec, en julio 16 de 1944: acompañado de Dn Abrahán, de su tío Don Francisco González, Obispo de Cuernavaca, y del Padre Fidel Cortés, después Obispo de Chilapa. Gran fiesta organizada por su familia.

Tacámbaro y Roma.

El neosacerdote, acompañó a Don Abrahán a la visita pastoral: descubrió la soledad del sacerdote. -Prefecto de Disciplina hasta el 1948. Lo envían a Roma a estudiar Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Su primo José González Torres de Pax Romana lo presentó con el Cardenal José Pizzardo, Director de la Obra Pontificia de las Vocaciones Sacerdotales. Este lo invitó a colaborar en la Secretaría para América Latina por tres años. Fundó el Centro Vocacional Pío XII, en el Colegio Pío Latino Americano, fue el Prefecto del Primer Grupo, durante dos años. Encuentro con Pío XII, en 1950, durante 47 minutos de Audiencia. Le dice el Papa, “Padre, a trabajar por las vocaciones de América Latina.”

A su regreso se le nombra Vicerrector del Seminario: los seminaristas de ese tiempo, ahora sacerdotes, lo recuerdan como hombre de una personalidad fuerte, con características de San Juan Bosco y de Vasco de Quiroga, siempre trabajando, sin reparar en buscar la mejor formación de los seminaristas. Impulsó el trabajo manual, práctica del deporte. Hombre de muchas iniciativas, que llevaba a cabo. Se le recuerda como hombre recto, piadoso, hombre de Dios. De trabajo fuerte. 100 seminaristas; banda de guerra. El envío a Roma de 12 alumnos: de filosofía y teología: Eugenio Díaz Barriga, Mons. Luis Morales Reyes, -Obispo Emérito de San Luis Potosí, Everardo Mendoza, Mons. Gabriel Cuara Méndez,-Obispo de Tuxpan y de Veracruz , Eudoro Betancourt, José Díaz Barriga, el Pastoralista y Profesor de la Universidad Pontificia de México, Francisco Merlos, quien ha escrito recientemente su “Teología Contemporánea del Ministerio Pastoral”, Palabra Ediciones y Universidad Pontificia.

En la Basílica.

Representante de la Provincia de Michoacán. En enero del 1958, pasa a ser Capellán de Coro de la Basílica de Guadalupe, nombramiento que recibió del arzobispo de México. Sería el Secretario del Congreso Mariano Interamericano.

Su Paso a Tulpetlac.

Su estilo: recto, enérgico, creativo, organizado, puntual, fiel, generoso, de decisiones firmes. Era sumamente trabajador; “servir es reinar”, que nos repetía con frecuencia. Atento a las necesidades de los seminaristas, una vez me dijo “ya no tienes zapatos” y buscó la forma de que los tuviera; servicio pastoral de total entrega como párroco de Tulpetlac; todo lo que organizaba: congresos guadalupanos, congresos eucarísticos, Escuela Bíblica, Atención a Religiosas, Misiones, Escuela del Tepeyac de los Benedictinos, trato con bienhechores, de vida austera; su inteligencia, su memoria: se aprendía los nombres de las personas que trataba: agradecido, detallista, confiaba aunque a veces lo engañaban, escritor.

Sacerdote, hombre de Dios, de total entrega: dócil al Espíritu Santo, trabajador incansable por el Reino de Cristo. Pronto a descubrir la voluntad de Dios, a través de los hechos, de las consultas con los obispos. “Admiraba lo que Dios hacía a través de él, pero más todavía a pesar de él”. Amar al Corazón de Cristo, significaba para él identificarse con Cristo Sacerdote y Víctima. Amar lo que más ama el Corazón de Cristo: al Padre, a María Santísima, a la Iglesia, su Esposa.

El primero en llegar a la Capilla. Fiado de la Providencia, apasionado por el Corazón de Cristo Sacerdote, por la Virgen de Guadalupe: construir su Templo Vivo, que es el Reino de Cristo. Amante de las diversas advocaciones de la Virgen: Fátima, Lourdes, etc. Abierto a las diversas espiritualidades: San Juan Bosco, San Benito, San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri.

Rezo del Rosario: hasta 45 misterios al día. Atención a los enfermos. Impulsivo. No cuidaba su salud, no le bajaba al trabajo.

Espiritualidad centrada den el Corazón de Cristo: el Corazón de Cristo que tanto ha amado a los hombres.

El Padre Enrique, vivió esta experiencia primordial y constante, a través de las diversas etapas de su vida. Vivió ese proceso de maduración, de lo inicial hasta lo que podríamos llamar, lo perfecto o el culmen de su entrega en el altar de la enfermedad y del sufrimiento. No se puede disociar la vida del Padre Enrique, de esta espiritualidad, que junto con su amor a Santa María de Guadalupe, determinaron su vida de donación sacerdotal. Las quiso unir en un todo: el Templo Vivo de la Virgen de Guadalupe, es el Reino de Cristo. Y Cristo Rey, reina desde y con su Corazón. Es el Reino del Corazón de Cristo.

Su vida tuvo esta impronta, diríamos, el Corazón sacerdotal de Cristo Jesús, latía en su corazón sacerdotal de Padre, de hermano, de amigo, de fundador, de párroco. Por así decir, el Padre prolongó el misterio del Corazón traspasado de Cristo en su vida. Es por eso que como herencia nos invitó a sus hijos a que fuéramos “sacerdotes según el Corazón de Cristo”. Su vida es paradigma y praxis a realizar para la Confraternidad de los Padres Operarios del Reino de Cristo. Ideal, alma e impronta de todo sacerdote Operario. Sumergirse en el misterio del Corazón de Cristo, es sumergirse en el misterio real y esencial del misterio del Dios-Amor. Las cristologías que nos hablan desde la perspectiva de arriba o desde abajo, desde lo divino o desde lo humano, simplemente deberíamos de elaborarlas mejor desde el centro; es decir, desde su Corazón, donde se da el encuetro de lo divino y de lo humano y esa armonía de lo divino y de lo humano, en la línea del Concilio de Calcedonia. Es ésta todo un camino de espiritualidad católica: amar al Padre con el Corazón y la entrega del Hijo Sacerdote y Víctima; amar al Espíritu Santo, recibiendo su amor y siendo fuente trasmisora de su amor; amor a la Virgen, como la ama este Corazón de Cristo, como su Hijo y sus hijos amados en Él y por Él ¿Cómo ama el Corazón de Cristo a la Iglesia? Como Esposo; así tiene que ser el amor esponsalicio a la Santa Iglesia, en la porción de fieles encomendados: amar a los niños, a los matrimonios y familias, a los padres, a los pobres, a los hermanos sacerdotes, a las religiosas, a los enfermos y necesitados de misericordia , desde este Corazón sacerdotal de Cristo, “que tanto ha amado a los hombres”.

El Cordero inmolado y vencedor.

Esta imagen del Cordero posee un trasfondo bíblico desde el Génesis hasta el Apocalipsis. En san Juan es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Así se ha de considerar su carácter de imagen que implica el misterio: Cordero inmolado, cordero imagen del Redentor, Cordero que realiza en sí y por sí la Nueva , eterna y definitiva Alianza. Posee pues un carácter eminentemente bíblico-teológico. En la línea hermenéutica de Gadamer posee esa dimensión ontológica ya que elabora una ontología de la imagen, más allá de una simple representación y copia. Diríamos posee una interpretación existencial a través de los siglos como ser y acontecer, en el lenguaje heideggeriano. Se da esa interrelación entre el Siervo Doliente y el Cordero inmolado. Por eso es una imagen que evoca el misterio y apunta a la realidad salvífica. Lenguaje como ‘casa del ser’, y en este sentido, del Verbo Encarnado, con su Corazón traspasado.

En san Juan el signo del Corazón traspasado de Cristo, es un resumen simbólico de todo el cristianismo, de la fe cristiana y católica.

Para san Juan el carácter de su evangelio es cultual como lo sostiene Edouard Glotin, SJ.

Encierra en pocos signos e imágenes capaces de alimentar la fe y la oración de la comunidad cristiana, en la significación redentora de la muerte de Cristo: la muerte produce vida.

El signo del Corazón traspasado resume esta idea central del cristianismo. Inscrito el signo de muerte, la herida, y signo de vida, la sangre y el agua que revelan la fecundidad. Acontecimiento simbólico instantáneo: Corazón traspasado y manantial de la Vida por el agua y la sangre. San Juan por tanto, en el Costado-Corazón traspasados revela el símbolo salvífico y cultual por excelencia. La transfixión, -acción de traspasar el costado-corazón-, es para tener vida, y vida abundante (Jn 19, 35), no menos que el encuentro de Cristo Resucitado con Tomás, cuya profesión confiesa la divinidad “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28).

Para san Juan, el último escritor del Nuevo Testamento, pone como clave de toda la Revelación, de ambos Testamentos, al Costado-Corazón traspasados: símbolo central de todo el cristianismo.

El Padre Enrique vibraba ante la imagen del Cordero pascual, inmolado y vencedor, que en sí evoca su muerte y a la vez su resurrección. Es el Cordero del Apocalipsis que fue inmolado y sin embargo, está de pie y es digno de abrir el libro y romper los sellos . Por eso el Padre quiso que este Cordero fuera el símbolo central del escudo de la Confraternidad de Operarios del Reino de Cristo. Evoca la liturgia en el tiempo y el culto en la eternidad; es este Cordero la clave, según el Padre, nos decía, clave para profundizar las Escrituras. El nivel espiritual-existencial del Padre Enrique está en la línea de la interpretación del Evangelio de san Juan, según hemos señalado y a su vez está en la línea de la Tradición. El Costado- Corazón traspasados es signo paradigmático de los místicos en la historia y fuente de santidad para los contemplativos en acción, como el Padre Enrique.

En palabras del Padre Enrique:

El Escudo de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo compendia y manifiesta su propio espíritu:

El Cordero Inmolado sobre la Cruz, con su Costado abierto.

‘Ocupa EL centro del Escudo el Cordero Inmolado del que nos habla el Apocalipsis. La sangre de su costado es derramada sobre el cáliz como sello de la Nueva y Eterna Alianza, hecha presente cada vez que se celebra la sagrada Eucaristía. Recapitulación de toda la creación, centro, culmen y fuente de todo el vivir cristiano’.

‘La Obra de nuestra Redención se efectúa cuantas veces se celebre en el altar el Sacrificio de la Cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado’ .

Y así una serie de temas a considerar, pero por el tiempo solo los señalo: su amor por la imagen del Cristo crucificado en agonía; la celebración de la eucaristía, evita que las llagas del Señor cicatricen; las imágenes del Corazón de Cristo. Después de la consagración del mundo al Corazón de Cristo Jesús por el Papa León XIII(1899) aparecen las imágenes del Corazón de Jesús en actitud de bendecir. Aunque ese signo de la mano derecha es más bien el signo de la Palabra, yo soy la Palabra o tomo la Palabra, propia de Occidente y otra del Oriente, con la disposición de los dedos que expresan la unida en la Trinidad. Las actitudes que se perciben son como de invitación al diálogo. Hemos de destacar la que se encuentra en nuestro Seminario Mayor del Sagrado Corazón de Jesús ante la cual se consagró Querétaro al Corazón de Jesús donada por la Familia Urquiza Septién, con el compromiso de orar las jaculatorias al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen de Guadalupe. El Padre adquirió otra escultura de factura moderna que se encuentra en san Juan Hueyapan. Esta imagen era interpretada por el Padre como el Corazón de Jesús que nos envía a la misión, aunque también se puede entender, de quien está en actitud de acogida.

Las Jaculatorias entrañables, síntesis de la Espiritualidad de la Confraternidad: ‘Sagrado Corazón de Jesús, perdónanos y sé nuestro Rey, Santa María de Guadalupe, Reina de México, Ruega por tu nación’. Y añadió para que fuera rezada en Comunidad: ‘Madre Santísima de Guadalupe bendice a tus hijos, para que venga a nosotros y por nosotros, el Reino de tu Hijo’.

Finalmente, sus amistades: P. José Luis María Mendizábal, P. Jesús Solano, Emmo. Cardenal Don Marcelo González Martín, eminentes conocedores y amantes de la espiritualidad centrada en el Sacratísimo Corazón de Jesús.

En suma, este deseo y anhelo de su espiritualidad sacerdotal centrada en el Corazón de Cristo, que vivió en carne propia, nos la dejó como herencia espiritual testamentaria en una sola frase: “Sean Sacerdotes según el Corazón de Cristo”.

Aparte de todo lo que podríamos describir sobre su amor a la Virgen de Guadalupe, su casa cercana a la Basílica de Guadalupe,-atrás del actual Bautisterio, con frecuencia visitaba y oraba ante la Imagen de la Santísima Virgen. Ahí sabía Mons. Porcayo Obispo de Tapachula que lo podía encontrar y le decía que la Virgen le pedía Operarios para trabajar en su diócesis.

Por supuesto su vida en Tulpetlac, el hermoso y devoto cuadro pintado por Toral y dirigido por él, de la Quinta Aparición Guadalupana, su pertenencia al Centro de Estudios Guadalupanos,-que me pidió que yo perteneciera, sí terminé siendo ya sacerdote; su interés en demostrar documentalmente Tulpetlac como lugar de la Quinta Aparición, obra aquilatada por Fidel González en su obra sobre la Virgen de Guadalupe,-su encuentro con aquella mujer que le dijo que estaban en el Purgatorio los responsables de que Tulpetlac, el lugar de la Quinta Aparición de la Virgen de Guadalupe, hubiera caído en el olvido y que la Virgen lo escogía a él para que fuera ahí; su interés sobre expertos que hablaran sobre el tema de Guadalupe, como la invitación que le hizo al Dr. Torija Lavoigné para que nos hablara de sus estudios oftalmológicos en las pupilas de la imagen de la Virgen de Guadalupe; el escrito de Esteban Ibarra de la Selva sobre la Quinta Aparición, etc…

El Padre Enrique vivió ese “periseuo-periseuse”, esa ‘sobreabundancia’ en su entrega sacerdotal apasionada. Puede ser ahora y siempre, ocasión y momento de imitarlo.

 


 

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