Por Prisciliano Hernández Chávez CORC

Los mártires mexicanos de la persecución religiosa de 1927 a 1929, morían ofrendando su vida con la proclama de su fe, ¡Viva Cristo Rey! y hermanado a otra confesión de amor filial, ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Madre de este Rey y de todos.

Testimonio fiel y valiente, rubricado con su sangre de mártires de Cristo Rey. En este concierto de mártires está nuestro querido niño san José (Luis) Sánchez del Río, Mártir de Sahuayo, -Michoacán, cercano e inspirador del Fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo, el P. Enrique Amezcua Medina, y párroco de la Parroquia de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe en Tolpetlac o Tulpetlac, Estado de México, ahora Diócesis de Ecatepec.

Con ocasión de esta solemnidad de Cristo Rey, el Padre Enrique organizó ‘la antorcha’ traída en maratón desde el monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete a esta su Parroquia de Cristo Rey, año con año, desde 1962, como hasta ahora.

Gran evento que los párrocos sucesores y los fieles de esta parroquia, continúan con entusiasmo, fe y gratitud a Jesucristo Rey del Universo, a los Mártires de Cristo Rey y al siempre amado y recordado Padre Enrique, quien les devolvió la esperanza y la caridad fruto de la fe que sembró en ellos, pasión por Cristo Rey y Santa María de Guadalupe en su Quinta Aparición Guadalupana, a estos fieles abandonados más de 150 años.

Antorcha símbolo del fuego que Cristo Jesús trajo a la tierra y que anhela vehementemente inflame todos los corazones en el fuego de su regio Corazón, ‘Sagrado Corazón de Jesús, Perdónanos y sé nuestro Rey’, jaculatoria queretana que encendió y sintetizo el amor de este ejemplar sacerdote, cuyo corazón dimensionaba a toda la Iglesia Universal y cada Iglesias Particular, o Diócesis, en la inmediatez del Reino de Cristo. Donde está Cristo, ahí está el Reino, ahí está la Iglesia.

Su Santidad el Papa Pío XI instituyó la Solemnidad litúrgica de Cristo Rey; con la reforma del Concilio Vaticano II, esta fiesta se colocó como culminación de todo el ciclo litúrgico anual bajo el teológico y grandioso título de ‘Jesucristo Rey del Universo’.

Como señala san Ambrosio en su explicación a un pasaje del Evangelio de San Lucas, ‘La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino’. Y añadimos, donde está el Reino, ahí está la Iglesia.

De por sí el titulo de ‘Cristo’ traduce el hebreo ‘Mesías’ cuyo equivalente es el ‘Ungido- Rey’ anhelado después de monarquías infieles a Yahvéh y de quienes no eran de la dinastía de David, sometidos a los Romanos, como Herodes, asmoneo.

Jesucristo, Jesús el Mesías es ‘Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no creado´…’que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue crucificado’. Dios humillado y ultrajado en su propia humanidad y en la de todos los humanos sufrientes, víctimas de todos los tiempos, del odio, de las fuerzas destructoras del mal; él carga las cruces de los inocentes y lleva sobre sí en la Cruz los pecados de toda la humanidad.

Este es el ‘Dios Crucificado’ escándalo para las religiones que adoran a un dios lejano y omnipotente, que no es el Dios vivo y verdadero.

Dios Crucificado, cercano al dolor y al sufrimiento.

Este Dios Crucificado es el Dios tan cercano que deja a un lado su omnipotencia y su majestad divinas; su majestad la manifiesta en su corona de espinas, en sus azotes, en sus pies y manos horadadas. Pies que recorrieron Palestina, haciendo el bien; manos que acariciaron, bendijeron y en las que florecieron milagros, hasta la resurrección de quienes habían ya muerto, como Lázaro.

Su Corazón traspasado, fuente del amor humano y divino, canal vital del Espíritu Santo. Corazón de Cristo traspasado es quien nos introduce sin dudas al auténtico misterio de Dios Amor.

Este es el Reinado de este Rey, el Amor que es amar sin límites hasta la muerte y muerte de Cruz.

Dios Padre no quiere propiamente la muerte de su Hijo, ni la de nadie; pero entra el juego de las libertades. Dios no se opuso a la libertad del hombre, condición necesaria para amar o para odiar.

Jesús en su agonía oró con misericordia por todos, por sus acusadores, por sus verdugos e incluso ofreció el Paraíso, al criminal y ladrón arrepentido, más de lo que pudiera imaginar, ‘hoy estarás conmigo en el Paraíso’; suplicó al Corazón de Cristo el Rey, cuyo trono es la Cruz, y se robó el Cielo (Lc 23,35-43).

Si somos súbditos, discípulos y amigos de este Dios Crucificado y Rey, no podemos ser ajenos en nuestro corazón a toda persona que sufre. Aquellas que han sido víctimas de la desgracia o de la injusticia; las que están olvidadas y enfermas.

Hemos de ofrecer nuestro apoyo y consuelo a las mujeres ultrajadas, a las mamás que buscan a sus hijos desaparecidos por el crimen organizado, a los niños violados, a los migrantes, -carne de los buitres explotadores y de gobiernos mentirosos y egoístas; a los que sufren por el hambre, por todo tipo de violencia, vejación y sufren la esclavitud más cruel, la miseria.

Este Jesucristo Rey del Universo, Dios Crucificado, pone en evidencia nuestra vida falaz, de pose y de cobardía.

Reconocer al Crucificado, Dios y Rey, pone a prueba nuestra fe auténtica, nuestra esperanza y nuestro amor a toda prueba; la prueba de la Cruz.

 

Imagen de Jonathan Rumbaua en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: