Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Homo Deus es un libro que ha despertado la curiosidad de muchos y que suscitará polémica entre los creyentes católicos. Así lo fueron en su momento algunas obras literarias y bestsellers que ahora ya nadie recuerda. Se trata, dice la portada, de una “breve historia del mañana”, y la contratapa pregunta “¿qué nos depara el futuro?
Un doble anzuelo para llamar la atención, además del título provocador, pues a todos nos interesa el mañana y, por supuesto, el ahora también. De éste depende nuestro porvenir, como el Papa Francisco nos lo acaba de recordar en su reciente exhortación Laudate Deum, que contiene, en parte, la respuesta.
El autor arranca su narrativa descubriendo que el actual Homo sapiens, – usted y yo, con permiso de la humanidad-, deseamos la vida feliz y la vida sin fin –felicidad y eternidad-, ese “pecadillo” fastidioso que venimos arrastrando desde los tiempos de Eva y de Adán, el querer adueñarse del árbol de la Vida y del Bien y del Mal.
Aunque judío nuestro autor, se profesa ateo, o agnóstico, cosa casi imposible en un hijo de un pueblo religioso, como lo es Israel. Pero el autor señala que ni las guerras, ni el poder, ni la economía, ni la política, ni cualquiera de la(s) religión(es) existentes, ha(n) podido dar respuesta a esta pertinaz sed humana de prolongar la vida sin término y proporcionar felicidad sin límite. Hasta ahora, lo único que ha logrado la humanidad, es evitar que tengamos que estar dirigiéndonos a la divinidad, cualquiera que ella sea, para librarnos de una gripe, remediar la sequía, o conseguir una coexistencia pacífica entre los pueblos, (esto sin exigir demasiado, pues el autor escribe antes de la guerra de Ucrania y, de la más triste aún, la de Israel).
Los medievales, dice, oraban en las letanías: De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos Señor, súplica ya sin sentido para el hombre moderno, pues nosotros ya sabemos cómo lograrlo, o por lo menos, estamos a punto de saber.
Aunque el título del libro promete al hombre, como la serpiente del paraíso, llegar a ser como Dios, el autor nos precisa que “cuando habla de transformar a los humanos en dioses, piensa más bien en términos de dioses griegos, o de los hindúes, y no en el imponente padre bíblico que está en los cielos”, pues, “nuestros descendientes tendrán sus debilidades, manías y limitaciones del mismo modo que Zeus e Indra tenían las suyas” (Pg 60). ¡A resucitar panteones, pues!
Para esto nos ilustra, con erudición desbordada, sobre el método ya en curso en las ciencias ultramodernas: serán los algoritmos la herramienta vertebral de la modernidad. Y explica: Se trata de un “conjunto metódico de pasos que pueden emplearse para hacer cálculos, resolver problemas y alcanzar decisiones” (pg 100), método empleado desde la evolución primordial del universo hasta la generación humana, capaz de reproducirse y autogobernarse -drogas y juegos de por medio-, sin negar la posibilidad de autodestrucción.
Desembocar en el agujero negro de la nada, es desenlace trágico y anunciado al concluir las 450 páginas del escritor Yuval Noah Harari. Desaparecer del mapa de la cultura universal todo lo que nos estorba: Dios, el alma, la identidad personal, la conciencia moral, la responsabilidad, la libertad, la dignidad humana; la fraternidad; la Fe, la Esperanza y el Amor, más parece un acto de prestidigitador que de aplicación rigurosa del método científico correspondiente a cada saber. Es de agradecer al autor el pinchazo a la conciencia católica para que abandone su letargo ante la “modernidad” ya presente y actuante. La documentación conciliar, los escritos papales y el catecismo católico, son instrumentos que están a la mano.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de octubre de 2023 No. 1477