Por Rebeca Reynaud

El Niño del portal de Belén es Dios. No nació para buscar conflictos con el poder romano ni con la tiranía de quienes se creían intérpretes de la Ley. Traía la verdad, el bien, la luz y la paz que el mundo necesita. Traía a Dios, el sentido de nuestra filiación divina. La Navidad es fuente de amor y de libertad. Hoy que es Navidad, podemos decir que nuestro amor se reinaugura.

Dios nos hace nuevos, hijos que comienzan su historia. Todo implica un horizonte de esperanza, porque hoy nace nuestro Salvador, y en Él recomienza nuestro andar de hijos. Somos todos infantes pequeños, y para cada uno es la ternura de la Madre joven que nos arropa y acaricia con sus manos bellísimas, y en Jesús nos mira extasiada.

¿Podremos decirles al Niño y a su Madre que le damos nuestra vida, que queremos perder aquella autonomía con la que hemos pretendido transitar por nuestra cuenta?  Porque si el Niño es para nosotros, nosotros queremos ser para el Niño… 

Hoy todo recomienza, hoy inicia una vida nueva en la que no existe el pasado. No hay historia de errores y fracasos; hoy todos somos niños, porque es Navidad, porque nos ha nacido un Niño, un Hijo se nos ha dado, y en Él estamos todos porque Dios quiere acompañarnos en todo momento.

Venite, adoremus!  ¡Vengan adorémoslo! 

Justino, que es del año 155, afirma que Jesús nació en una cueva (Diálogo con Trifón, 78) y Orígenes (cfr. Contra Celso 1.51), y los evangelios apócrifos refieren lo mismo (Protoevangelio de Santiago, 20). La mención más antigua es la del apologista Justino.

¿Cómo vivir la Navidad? Contemplando a Dios hecho Niño en el portal-gruta de Belén, en los nacimientos que ponemos, así, vamos hasta Belén ¿qué encontramos? Primero, la joven Madre que nos lo muestra. Nos reconocemos hijos de esa Madre, porque en el Niño estamos recién nacidos. Miraremos después a José, que permanece detrás. Es San José un santo de humildad. Luego nos fijamos en el Pesebre. Un tosco recipiente de madera donde se deposita la comida de los animales. AHÍ ESTÁ EL NIÑO. Todo estaba hecho con la madera del árbol del Paraíso, madera con la que ahora comienza a restablecerse la justicia original.

Hoy es Navidad. Sin duda tendremos la sensación de llegar a este momento sin preparación suficiente. A Dios le costó milenios esta preparación, y aun así, el mundo no lo conoció y los suyos no lo recibieron (Jn 1, 10-11) Y es que el don de la Navidad es demasiado grande. A ese Don, sin embargo, a ese Niño, le habrán bastado nuestros deseos, nuestro anhelo de espera. Y hará hoy el prodigio de la posesión.

La gente da regalos que quieren expresar gratitud, amor. Pero hoy se nos da Dios mismo.  Eso no es posible a los humanos, pero sí lo es para Dios. Hoy en Navidad, Dios es el regalo. ¿Qué mejor cosa que asistir a la Santa Misa con devoción? El mundo será de acuerdo a como celebramos la liturgia. Siempre tendremos la tentación de ser paganos; caminamos al borde de esa tentación. Viviendo la Misa devotamente cambiamos el mundo. Para ser miembros vivos de la Iglesia debemos amar la Santa Misa, enamorarnos de ella. Podemos transformar el mundo con nuestra oración: ¡Esto es una revolución!

Llegó la Navidad y, como un suspiro, pasará. Pero nunca deja ya de ser Navidad, porque ha comenzado la Navidad eterna. Somos hijos del Padre en esa vida que el Niño Dios inaugura hoy para nosotros. “De su Plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.” (Jn 1,16)

 
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay


 

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