Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Querido 2023:
Llegó el momento de despedirte, y así como en los temas de rescatismo se tiene bien claro que no hay dos accidentes iguales, obviamente, en una realidad tan grande y compleja como todo lo que sucede en los 365 días de cada año (Sin complicarnos con puntualizar en los bisiestos), no pueden haber dos años iguales.
Esto nos plantea que el paso del tiempo en la vida de los seres humanos necesariamente nos pone ante realidades muy distintas cada día, lo que nos exige una enorme capacidad de adaptación. Afortunadamente —al ser tan complejos— tenemos la capacidad de aprender e idear soluciones en las que, individualmente o en sociedad, vamos avanzando de manera vertiginosa. Jamás en la historia de la humanidad se habían dado pasos tan veloces en lo referente a las ciencias y técnicas prácticas, y vemos cómo vamos acelerando cada día más.
Cuando llega el fin de año tenemos la oportunidad de hacer un balance para descubrir, aceptando con humildad los errores cometidos y así procurar evitarlos en adelante. Pero las cosas se complican cuando, siendo conscientes de lo que hacemos mal, no queremos evitarlo o no nos atrevemos a luchar.
Con frecuencia nos sucede que nos molestamos con nosotros mismos al darnos cuenta de la cantidad de tiempo que hemos perdido usando en celular para ver imágenes insulsas. Este maravilloso invento podemos convertirlo en un enemigo personal, pues nos está robando parte de nuestra vida, aún cuando somos conscientes del daño que nos hace; es como si le pidiéramos a un ladrón que nos asaltara.
Aquí bien cabe la enorme diferencia entre el “¿qué debo hacer?” y el “¿qué estoy dispuesto a hacer?”. Esta desavenencia se nos presenta en las diversas áreas de nuestra vida. Todos podemos hacer más y mejor lo que hacemos, pero es necesario el esfuerzo personal; y nuestro egoísmo, nuestra comodidad, y nuestra inmadurez nos impiden superarnos cumpliendo aquello que debemos hacer. Aquí se abre todo un tema: la madurez que cada uno debe tener, y que en buena medida dependerá de la edad, pues un niño de cinco años puede ser maduro si ya no se porta como uno de tres. Por lo general descubrimos que los inmaduros no le dan la importancia debida a los asuntos importantes y viceversa.
En la vida personal, familiar, política, en fin…, ¡hay tanto por hacer! pero el conformismo nos incapacita para conseguir metas nobles y altas en favor de la humanidad entera. Esto no es una exageración, pues la humanidad somos todos y cada uno de nosotros, por lo que queda claro que para mejorar el mundo debemos comenzar por nosotros mismos; de lo contrario caeríamos en la hipocresía.
Querido viejo año 2023, sé muy bien que no son culpa tuya los errores que hemos cometido durante tu vida, por lo tanto, no puedo, ni quiero reclamarte nada. Tú te nos entregaste hasta el último minuto, por lo que te doy las gracias. Estas reflexiones simplemente son un desahogo al reconocer, con vergüenza, que no te supe aprovechar como debía.