Por Giuseppe De Rosa S.J.

El nacimiento de Jesús en Belén

Desde el punto de vista de la fe cristiana, lo importante es el acontecimiento del nacimiento de Jesús en Belén en tiempos de César Augusto. En cambio, las condiciones históricas en las que nació Jesús son menos importantes. Por eso, en el relato evangélico del nacimiento de Jesús hay que distinguir entre el hecho histórico del nacimiento en Belén en tiempos de César Augusto, el modo en que se produjo el acontecimiento del nacimiento y la fórmula narrativa con que lo expresa el evangelista.

El hecho de que Jesús nazca en Belén, es decir, en la ciudad de David, demuestra que es descendiente de David y cumple la profecía de Miqueas de que el Mesías saldría de Belén. El hecho de que Jesús nazca en tiempos de César Augusto vincula este nacimiento con el imperio romano y con el hombre más poderoso de su tiempo – el emperador César Augusto –, a quien se concedió el título de Salvador del mundo. Con la mención de César Augusto, se abre un horizonte tan vasto como el mundo: el nacimiento de Jesús, el verdadero «Salvador del mundo», aunque haya tenido lugar en una oscura aldea de Judea, concierne no sólo a Israel, sino a todos los hombres, judíos y paganos, a «todos los pueblos» que viven bajo el dominio de César Augusto.

La concepción virginal de Jesús tuvo lugar en Nazaret, después de que María diera su «sí» al ángel. ¿Por qué, entonces, el nacimiento tuvo lugar en Belén de Judá? Lucas explica este hecho por la llamada de César Augusto a hacer un censo de todo el imperio: «En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen» (Lc 2,1-3).

Las fuentes históricas no dicen nada respecto de este censo sobre el mundo habitado – el «ecúmene», nombre utilizado para indicar el imperio romano –, que habría tenido lugar en tiempos de Augusto y habría sido encomendado por él, ni tampoco parece que con tal ocasión la gente hubiese tenido que ir a empadronarse a su propia «ciudad», como escribe Lucas. Por otra parte, Flavio Josefo escribe que efectivamente se realizó un censo en Palestina, encomendado por del gobernador P. Sulpicio Quirino, pero tuvo lugar después del nacimiento de Jesús, hacia el año 6 d.C., cuando Jesús tenía 11-12 años, habiendo nacido en la época del rey Herodes, que murió a finales de marzo o principios de abril del año 4 a.C. Por tanto, o bien se trataría de una inexactitud histórica por parte de Lucas, o bien del hecho de que Lucas y Flavio Josefo se refieren a momentos diferentes de un censo que se prolongó durante muchos años.

Lucas prosigue: «Cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David» (Lc 2,3-4). Belén no era la ciudad natal de José, sino el lugar de origen de su tribu, donde probablemente tenía alguna propiedad familiar: se entendería mejor, entonces, el viaje a Belén. Pero a Lucas no le interesan estos detalles: lo que le importa es que Jesús, a través de José, es de ascendencia davídica y que, con su nacimiento en Belén, se cumple la profecía de Miqueas: «Y tú, Belén […] de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel (Mi 5,1). José emprende el camino a Belén para ser censado «junto con María, su esposa, que estaba embarazada». José acoge a María en su casa y la conduce con él a Belén. Lucas no dice por qué José actúa así: tal vez piensa que el censo también concierne a las mujeres.

El acontecimiento del nacimiento de Jesús se expresa en muy pocas palabras: «Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue (Lc 2,6-7). El evangelista no dice que María y José fueran rechazados, ni que no se hicieran los preparativos adecuados para el nacimiento, ni que José hiciera nacer al niño en extrema pobreza, ni que el lugar del nacimiento fuera una cueva, ni que el pesebre tuviera forma de cesta, ni que el nacimiento tuviera lugar a medianoche y en pleno invierno. La piedad popular ha puesto un enorme énfasis en estos aspectos del nacimiento de Jesús, que Lucas no menciona.

Lo que el evangelista quiere subrayar es, en primer lugar, el hecho de que el niño que María da a luz es «el primogénito»[4] y, por tanto, está «consagrado al Señor» según la Ley (Ex 13,12; 34,19) y es «grande» ante Él (Lc 1,32). El hecho de que el niño esté envuelto en pañales y acostado en un comedero – los hogares judíos de la época de Jesús estaban divididos en dos partes: una habitada por la familia, y la otra, en caso necesario, destinada a los animales; de ahí la presencia de un pesebre – indica, por un lado, el cuidado con que se trata al niño (los niños eran envueltos en pañales, para que sus miembros permanecieran rectos) y, por otro, prepara la visita de los pastores que, según el plan divino, encontrarían «un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2,12).

Pero, ¿dónde estaba este «pesebre»? Lucas explica que la razón por la que el niño Jesús fue colocado en un pesebre fue que para José y María «no había lugar para ellos en el albergue» (en tô katalumati) (Lc 2,7). Pero, ¿qué era un kataluma? ¿Un albergue público o un alojamiento privado? Es muy poco probable que en una pequeña aldea apartada hubiera un hospedaje; lo más probable es que se tratara de un alojamiento privado en el que pernoctar en caso de necesidad. En cualquier caso, no había lugar adecuado en él para un bebé y su madre. Por lo tanto, el pesebre en el que fue acostado Jesús debía de estar en una casa, parte de la cual se utilizaba para alojar animales. Pero lo que Lucas quiere subrayar es que, a pesar de los esfuerzos de José por encontrar un lugar más acogedor, el nacimiento del Mesías, el Hijo de Dios, tuvo lugar en la incomodidad y la estrechez, en la humildad y el ocultamiento: en una condición que marcaría toda la vida de Jesús y formaría parte de su misterio. De hecho, la pregunta que plantea un nacimiento tan extraño es: ¿quién es este niño y qué será de él en el futuro? La respuesta la da Dios con el anuncio angélico a los pastores.

El anuncio celestial a los pastores

En las cercanías de Belén, unos pastores velaban de noche por su rebaño contra los ladrones. Desde Pascua hasta principios de diciembre, pasaban la noche a la intemperie, turnándose para vigilar. Fue en una de estas vigilias nocturnas cuando un ángel del Señor se les apareció y la gloria del Señor los envolvió en luz. Les invadió un gran temor, pero el ángel les dijo: «“No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él”» (Lc. 2,10-14).

El primer anuncio del nacimiento de Jesús se da a un campamento nocturno de pastores. ¿Por qué a los pastores? Muchos piensan que la elección de los pastores como primeros destinatarios del anuncio del nacimiento de Jesús se debe a la condición humilde y despreciada de los pastores en el mundo judío, ya que Dios elige a los pobres y despreciados para enriquecerlos con sus dones. En realidad, es cierto que los pastores constituían una categoría social pobre en la época de Jesús, pero no es seguro que fueran especialmente despreciados por el trabajo que realizaban, es decir, por conducir a las ovejas a pastar a tierras ajenas. Fueron los rabinos de Jerusalén quienes les acusaron de falta de honradez, entre otras cosas por su aversión a criar ganado menor.

Probablemente se eligió el ambiente pastoril para el primer anuncio del nacimiento de Jesús porque les recordaba a David, que en la misma Belén había cuidado el rebaño de su padre Jesé y había sido ungido rey de Israel por el profeta Samuel (1 Sam 16,11; 17,15). En otras palabras, los pastores recordaban la naturaleza mesiánica de Jesús, «hijo de David». Y es este motivo teológico – más que la historicidad del acontecimiento – lo que a Lucas le interesa destacar.

La aparición del ángel y de la «gloria», es decir, el esplendor y la majestad de Dios, que los llena de luz en la oscuridad de la noche, asusta a los pastores, hasta el punto de que antes de anunciarles el nacimiento de Jesús el ángel debe tranquilizarlos, diciéndoles «No teman». A continuación, les da el anuncio, que será motivo de «gran alegría» – ¡alegría mesiánica! – para ellos y para todo el pueblo, al que está destinada la salvación: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor». El énfasis del anuncio se pone en la función que el recién nacido tendrá que cumplir, pero que ya comienza «hoy», ya está presente. Porque es el Salvador (sôtèr) y, al mismo tiempo, el Cristo (Mesías) y el Señor (Kyrios). Su mesianidad y señorío serán de orden salvífico, y la salvación que trae – como mesiánica y divina – será definitiva. Su nacimiento en la «ciudad de David», Belén, acentúa su carácter mesiánico, y su condición de «Señor» subraya la universalidad de la salvación, que será para todos los pueblos, empezando por los judíos, que – representados en los pastores hebreos – son sus primeros destinatarios. Así, ya con el nacimiento de Jesús, la salvación mesiánica irrumpe en la historia humana: no hay que esperar al momento en que Jesús inicie su vida pública. El adverbio utilizado por el ángel «hoy» indica que con el nacimiento de Jesús, «el sol que nace de lo alto», Dios mismo ha «visitado» (Lc 1,68.78) a su pueblo.

«Gloria in excelsis Deo»

De pronto, al ángel que anuncia el nacimiento de Jesús se le une una multitud de ángeles: alaban a Dios por su «gloria», es decir, por su poder, por su esplendor, por su bondad para con los hombres, a los que Dios, al dar a Jesús, da la salvación, y su alabanza alcanza los cielos más altos, es decir, el mundo celestial donde Dios habita. Al mismo tiempo, alaban a Dios por la «paz» que Dios da a los hombres al darles a Jesús, ya que son objeto de la benevolencia divina. La «paz en la tierra», de la que hablan los ángeles, es la «paz escatológica», que no es sólo la eliminación de guerras y conflictos, sino la salvación plena al final de los tiempos, el perdón de los pecados y la paz con Dios. «Paz» que es traída a los hombres por Jesús, «príncipe de la paz» (Is 9,5), y será dada a los «elegidos», es decir, a los que son objeto de la «benevolencia» divina, que es pura gracia, porque no se debe a la «buena voluntad» de los hombres, sino sólo a la «benevolencia» de Dios.

La señal dada a los pastores

A los pastores no sólo se les anuncia el nacimiento de Jesús, también se les da una «señal» para encontrarlo: «encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Es un signo singular, que contrasta fuertemente con la dignidad del niño, Salvador y Cristo Señor, pero que precisamente por su singularidad es un signo revelador: la venida de Dios a la historia humana no se realiza en el poder y la gloria, sino en la debilidad de un niño envuelto en pañales y acostado donde sólo puede yacer un pobre niño que no encuentra un lugar mejor para su venida al mundo: un pesebre para animales. Así, el signo de los pañales y del pesebre es la anticipación y prefiguración de la vida errante de Jesús y de su muerte humillante en la cruz.

Pero el pesebre tiene también la cualidad de ser un signo familiar para los pastores y facilitar así su búsqueda del niño cuyo nacimiento les había sido anunciado. Para personas acostumbradas a vivir en el campo, en contacto noche y día con los animales, habría sido muy difícil buscar y encontrar a alguien en una casa acomodada de la ciudad de Belén. En efecto, llenos de alegría, los pastores van a Belén para ver el acontecimiento que el Señor les ha dado a conocer, buscan y encuentran al niño, acostado en un pesebre, con su madre María y José. Una vez que lo han visto, cuentan lo que el ángel les ha dicho del niño, asombrando a todos los que les oyen.Y mientras ellos regresan a su rebaño glorificando y alabando a Dios por lo que han visto y oído, María, por su parte «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19).

Así, a la alegría de los pastores se contrapone la «meditación» de María sobre el «misterio», desconcertante para ella: un «misterio» sobre el que no terminará de meditar hasta el momento de la Resurrección. Sólo entonces, de hecho, se revelará el «misterio» de una vida que comienza en un pesebre y termina en una cruz. Lucas hace especial hincapié en esta «meditación» de María, casi como si quisiera pedir a sus lectores que se sitúen en actitud meditativa – y no con espíritu escéptico o crítico – ante los relatos de la infancia de Jesús, con la convicción de que sólo una reflexión «meditativa» puede desvelar el «misterio» de Jesús.

Así, para los futuros cristianos, la celebración de la Navidad debe asociar la «alegría» de los pastores por el nacimiento del «Salvador» con la «meditación» de María sobre el «misterio» del pesebre, que sigue siendo desde hace siglos un «signo» de Jesús, considerando que Dios, para su revelación, elige a los humildes y a los pobres y utiliza «signos» humildes y pobres.

Giuseppe De Rosa

Sacerdote jesuita, licenciado en Filosofía. Estudió teología en Lovaina y fue ordenado sacerdote en 1950. Colaboró por más de cincuenta años con La Civiltà Cattolica. Sus artículos van desde la filosofía y la teología, a la actualidad social y política, desde la espiritualidad a la moral. Autor de muchos libros, murió en Roma en 2011.

*Artículo tomado y adaptado de La Civiltà Cattolica. Diciembre 2023

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de diciembre de 2023 No. 1485

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