«No conviene que el hombre esté solo», es el título del mensaje de Francisco para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, el próximo 11 de febrero. El Papa señala cómo con demasiada frecuencia la cultura del descarte prevalezca incluso en los países que están en paz, donde las opciones políticas no ponen en el centro la dignidad de la persona humana y sus necesidades. La asistencia debe ir acompañada de una «alianza terapéutica entre médico, paciente y familiares».
Por Michele Raviart – Vatican News
«Cuidemos a los que sufren y están solos», los enfermos, los frágiles, los pobres, «están en el corazón de la Iglesia y deben estar también en el centro de nuestra atención humana y pastoral». Así lo escribe el Papa en su mensaje para la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero, y cuyo texto ha difundido esta mañana la Oficina de Prensa de la Santa Sede. «No conviene que el hombre esté solo». Cuidar al enfermo cuidando las relaciones es el tema de la reflexión del Pontífice que, partiendo de un pasaje del Génesis, recuerda cómo Dios creó al hombre para la comunión y, por este motivo, la experiencia del abandono y la soledad asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana. Una circunstancia, explica el Papa, que es aún más cierta «en tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave».
La guerra es la más terrible de las enfermedades sociales
El pensamiento de Francisco se dirige entonces a los que estaban «terriblemente solos» durante la pandemia de Covid-19: pacientes que no podían recibir visitas, pero también enfermeros, médicos y personal de apoyo, «sobrecargados de trabajo y encerrados en salas de aislamiento». Sin olvidar a los que debieron afrontar solos la hora de la muerte, solo asistidos por el personal sanitario, «pero lejos de sus propias familias». Pero la enfermedad social más terrible, por la que pagan el precio más alto las personas más frágiles, es la guerra, y el Papa se une con dolor a la condición de sufrimiento y soledad de quienes, a causa de ella y de sus trágicas consecuencias, se encuentran «sin apoyo y sin asistencia».
La dignidad humana siempre en el centro de las opciones públicas
Muchas veces, sin embargo, incluso en los países más ricos y pacíficos, «el tiempo de la vejez y de la enfermedad se vive a menudo en la soledad y, a veces, incluso en el abandono». Una triste realidad, consecuencia sobre todo de la cultura del individualismo, «que exalta el rendimiento a toda costa y cultiva el mito de la eficiencia, volviéndose indiferente e incluso despiadada cuando las personas ya no tienen la fuerza necesaria para seguir ese ritmo». Es la «cultura del descarte», escribe el Papa, que desgraciadamente prevalece también en algunas opciones políticas, que no ponen en el centro la dignidad de la persona humana y sus necesidades, y no siempre favorecen las estrategias y los medios necesarios para garantizar a todo ser humano “el derecho fundamental a la salud y el acceso a los cuidados médicos a todo ser humano «. «Al mismo tiempo», añade, «el abandono de los frágiles y su soledad también se agravan por el hecho de reducir los cuidados únicamente a los servicios de salud, sin que éstos vayan sabiamente acompañados por una ‘alianza terapéutica’ entre médico, paciente y familiares».
El deseo de proximidad y ternura
Cuidar al enfermo, en efecto, significa ante todo cuidar de todas sus relaciones, Dios, familia, amigos, personal sanitario, pero también con la creación y consigo mismo. «El primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es”, por tanto, «el de una cercanía llena de compasión y ternura». A continuación, el Papa se dirige directamente a lo que padecen una enfermedad, temporal o crónica, pidiéndoles que no se avergüencen de ello: «¡No se avergüencen de su deseo de cercanía y ternura!», escribe Francisco, «no lo oculten y no piensen nunca que son una carga para los demás. La condición de los enfermos invita a todos a frenar los ritmos exasperados en los que estamos inmersos y a redescubrirnos». “Hemos venido al mundo porque alguien nos ha acogido. Hemos sido hechos para el amor, estamos llamados a la comunión y a la fraternidad”.