Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

1. Itinerario cuaresmal.

Del monte de La Tentación subimos al monte Tabor. Vamos de altura en altura, pues con Jesús se asciende siempre y no hacerlo sería retroceder. Vamos “a ver a Dios en Sión”. A contemplar el rostro del Dios verdadero. Necesitamos limpiar nuestra mirada, para ver “con el corazón”. El corazón turbio opaca la mirada y no permite ver a Dios. Confunde la religión con la superstición, a Dios con un ídolo más.

2. Los invitados.

Son tres los discípulos escogidos para subir a la cumbre, bastante problemáticos para Jesús: Pedro se le atravesó en el camino hacia Jerusalén. Rechazaba la pasión del maestro, oponiéndose al plan de Dios. Después lo negará junto al fogón en casa de Anás. A los hermanos Santiago y Juan, los llamó Jesús “hijos del trueno”, los violentos. Convencieron a su madre de pedir los primeros puestos en el reino. Ambiciosos y acomodaticios causaron problemas en el grupo. La religión da prestigio, o ayuda a un triunfo político. Es perenne tentación.

3. Los testigos.

Jesús trae consigo a sus testigos cualificados: a Moisés, que representa la Ley, y a Elías, del gremio de los profetas. Los dos fueron violentos y aprendieron la mansedumbre. Fueron “arrebatados al cielo”. Nadie conocía su sepulcro, pues estaban con Dios. Todo el Antiguo Testamento da testimonio de la gloria futura de Jesús. La tragedia de Jesús obedece, no al juicio torcido de los hombres sino al plan prefijado por Dios. La muerte de Jesús no fue un accidente provocado, sino “voluntariamente aceptada”. Por obediencia amorosa al Padre nos salvó.

4. El rostro de Jesús.

Jesús aparece transfigurado, glorioso. Preanuncio de la resurrección. Los discípulos lo contemplan y quieren quedarse allí, cada uno en su tienda, propone Pedro. No quieren seguir adelante con Jesús. Quieren hacer de la religión un lecho de rosas. Son las “tentaciones” de los seguidores de Jesús, que él rechazó. La lección es: El rostro del Resucitado sólo se trasparenta a través del Crucificado.

5. La Voz.

Los cubrió la nube y se oyó una voz. La oscuridad de la fe se ilumina con la palabra de Dios. El Padre, imponente, dice: “Es mi Hijo amado ¡Escúchenlo!”. La Fe nace de “escuchar” la Palabra de Dios. Sin escucha, no hay fe. La Iglesia y el cristiano viven de la Palabra proclamada por la boca de Dios, no de las sirenas. Hay mucho ruido alrededor. La Fe conlleva siempre un espacio de silencio y de saludable “oscuridad”. Necesita siempre del apoyo de la gracia de Dios.

6. Quedémonos aquí.

Detenerse en el camino y no ascender hasta el Monte de la Pascua es común y grave tentación. La Pasión-muerte-sepultura-resurrección de Jesús son un solo y único misterio. Su sello será el Espíritu santo. La indolencia en la vida cristiana los separa y desfigura. Son tres días en un solo misterio, llamado “Triduo pascual”. El miedo nos paraliza para enfrentar la totalidad de nuestro destino: la vida y la muerte luchando a brazo partido, como Jesús.

7. El hombre total.

Jesús cumplió su misión de “hombre”, de ser el Hijo de Dios hecho hombre, de haber tomado un cuerpo, y ahora devolverlo con toda su carga humana, limpio de pecado, al Padre. Así nos redimió. Por eso, Dios lo levantó, lo coronó de gloria y esplendor, y lo sentó a su derecha. De allí vendrá, con su cruz gloriosa en la mano, a llevarnos con él. Y “estaremos todos con el Señor”. Entonces será por siempre “Nuestro Señor”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de marzo de 2024 No. 1495

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