Por P. Fernando Pascual
La medicina, a pesar de los enormes desarrollos de las últimas décadas, no es capaz de satisfacer todas las expectativas de muchos pacientes.
Este hecho ha sido analizado por autores que subrayan cómo, a pesar de las miles de medicinas y de tecnologías que ayudan a millones de personas a superar sus enfermedades, sigue en pie una desproporción difícil de superar entre lo que las personas desean y lo que la ciencia puede ofrecerles.
Esto ocurre en dos niveles: personal y social. A nivel personal, muchos enfermos sufren al ver cómo las decisiones de los médicos no consiguen curarles ni paliar, como esperaban, sus dolores.
A nivel social, familiares y amigos sienten una terrible desilusión cuando constatan que hospitales y personal sanitario no consiguen curar a un padre, a un hijo, a un amigo.
Las expectativas del paciente pueden ser irrealistas, desproporcionadas. En ocasiones, generan angustias que agravan la situación. Pero no es fácil ayudarle a comprender que la medicina no es omnipotente, ni puede curarlo todo.
Por su parte, los médicos y los diferentes agentes sanitarios, a pesar de la pena que experimentan al ver que no pueden hacer más, han de aprender a convivir con los límites de sus posibilidades técnicas y buscar las mejores maneras de acompañar a aquellos enfermos a los que ya no pueden curar.
Desde luego, será bienvenida toda ayuda y toda investigación que mejore las terapias, que ayude a aliviar eficazmente el dolor, que permita curaciones que hoy por hoy parecen muy difíciles.
Pero al final, médicos y enfermos tendrán que hacer ese camino personal, insustituible, que consiste en reconocer que la ciencia no es omnipotente, que no todas las expectativas se pueden alcanzar, y que existen límites ante los cuales llega el momento de “rendirse”.
Rendirse no significa renunciar a lo “poco” que pueda hacerse. Un enfermo incurable siempre necesita recibir cariño, comprensión, apoyo espiritual y psicológico, y otras intervenciones que pueden ser englobadas bajo el término de medicina paliativa.
Luego, juntos, médico y enfermo, reconocerán que se acerca ese momento decisivo de la muerte, ante el cual vale la pena toda ayuda que nos abra a la esperanza, que nos permita recurrir al consuelo de Dios, y que resulta menos trágico si encontramos a nuestro lado el afecto sincero de tantas personas que nos aman.
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