Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC
La proclamación inicial del Evangelio de Marcos (11, 1-10) del llamado Domingo de Ramos (ciclo B) ha de leerse en la perspectiva de Zacarías (9, 9-10) cuyo anuncio profético Jesús realiza de modo sorprendente: “Danza de alegría hermosa Sion, grita de júbilo, ciudad de Jerusalén, porque tu rey llega a ti, es justo y victorioso, humilde y montado en un burro, en un burrito, cría de una burra” (así también en san Juan 12,15).
Jesús es el Rey profetizado, quien se presenta en la montura de los pobres y campesinos, porque es el Rey de los ‘Anawim’, de los pobres de Yahvéh, de los que tienen corazón de pobre, no de los pobres de economía que tienen el corazón lleno de aspiraciones de codicia y poder, a quienes corroe la envidia. Este corazón de pobre es quien tiene la libertad interior y las posesiones se usan con responsabilidad, lejos de las corrupciones que arruinan naciones. Si se tiene a Dios en el corazón, se tiene la auténtica riqueza. ¡Qué futuro tienen los pueblos cuyos gobernantes son ateos; no tienen el conocimiento pleno de la realidad! No se trata de usar a Dios como recurso mercadotécnico, ausente de una verdadera sinceridad del corazón, previa al encuentro con el Dios verdadero.
No se puede tener a un hecho de contingencia histórica, como la revolución, o proyectos ideológicos de trasformación, porque no se pone a la persona misma como centro que requiere todo el respeto a su dignidad y de ahí se derivarían las políticas adecuadas en su beneficio.
Es el Rey de la Paz. Su signo, su camino, su verdad y su vida es el camino de la Cruz y no otro. En el camino de la Cruz une el cielo y la tierra. No más el arcoíris, sino su Cruz. Es el signo por excelencia de la reconciliación y de la paz entre todas las naciones. Es el signo del amor, más allá de toda injusticia. Es el signo verdadero de la reconciliación y del perdón. No se podrá devolver el mal por el mal; sino el bien que vence al mal.
El Mesías está abierto a las naciones, no circunscrito a un solo país. ’Crea la unidad en la multiplicidad de las culturas’, según la afirmación del Papa Ratzinger.
Cantamos ‘Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor’, según el Salmo 118, 25). Palabras que cantan en torno al altar, con palmas en las manos.
Es Jesús a quien se aclama y aclamamos con el ‘hosanna’, es decir,’yasha-na’, sálvanos por favor, ahora (Sal 118, 25).
El profeta Zacarías anuncia la paz y la universalidad cuyo signo es la Cruz.
A nuestra mentalidad contemporánea que no quiere la cruz ni siquiera algún límite, no mandamientos, no prohibiciones; la Cruz es el verdadero camino de la vida.
En Jesús, Dios sufre con todos los que sufren.
Es el anuncio de Dios, en Jesús a los últimos, a los que están crucificados por la indiferencia, por la injusticia, por los sufrimientos, por el rechazo.
Jesús está crucificado, porque esto está referido, solo a los esclavos. Por eso Jesús es el defensor de las víctimas.
Si se es discípulo de Cristo, se tiene que ser discípulo del Crucificado y se exige vivir como Jesús en solidaridad con los crucificados del ambiente y de la vida.
Cristo Jesús, acepta su camino de Cruz, porque confía en el Padre, porque acepta el proceso libre contra él, porque desafía los modos y maneras de los que se dicen religiosos y contradicen al Dios del Amor, que desafía nuestros criterios.
Como dice Pagola, ‘no se puede vivir la mística de los ojos cerrados’, al estilo budista, sino ‘la mística de los ojos abiertos’, con esa postura abierta a todo el que sufre por cualquier motivo.
Hemos de aceptar a Jesús, el Dios Crucificado, cuya pasión ayer y hoy, pervive en los crucificados.
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