Por Rebeca Reynaud

Un joven no bautizado preguntaba:

– Y a mí ¿para qué me sirve la fe?

Un sabio le contestó:

– Para darle sentido a la vida… Para tener una razón porqué vivir.

– Y ¿cuál podría ser esa razón?

– Cada uno la tiene que encontrar. La mía es para ser amado eternamente en la otra vida.

Cada ser humano se debe guiar por su conciencia, pero una conciencia educada, que sepa distinguir el bien del mal. No podemos guiarnos por la moda, los sentimientos o por los gustos, sino por la razón, por la inteligencia. El poder obligatorio de la conciencia deriva de la verdad.

“La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o está hecho” (CEC, n. 1778).

La conciencia formula la obligación moral a la luz de la ley natural. La conciencia nos puede hacer ver que una acción que planeamos, lesionaría el derecho de una persona, y sería una acción injusta. Cuando actuamos en contra de la conciencia se comete un mal moral. La ley natural remite a las características permanentes de la naturaleza humana.

Se llama conciencia recta la que juzga con verdad la cualidad moral de un acto. La causa del error de la conciencia es la ignorancia, que puede ser invencible (e inculpable) y vencible (y culpable) si se podría superar. Muchas personas no saben que usar anticonceptivos abortivos es malo, porque el médico no se los ha advertido, pero si ellos leen la letra pequeña de los productos o si profundizan en qué van a tomar, ya hay conocimiento de la verdad de esas pastillas o aparatos (condón, Diu, etc.). ¿Cómo debe vivir la castidad una persona soltera? Con la abstinencia absoluta de relaciones conyugales e íntimas.

La conciencia es cierta cuando emite el juicio con la seguridad moral de no equivocarse. Se dice que es conciencia dudosa cuando la probabilidad de equivocarse se supone igual o mayor que la de acertar. No se debe actuar con conciencia dudosa, hay que salir de la duda. Se llama conciencia perpleja cuando no se atreve a juzgar, porque piensa que es malo tanto realizar un acto como omitirlo. Ejemplo: una mujer soltera queda embarazada, no sabe si casarse porque no conoce bien al novio, no lo quiere presionar, pero sí le tiene afecto, o no casarse, pero va a pasar la pena de que su hijo no tenga padre al lado. Cuando se está en crisis es el peor momento para decidir.

La formación de la conciencia

Los actos malos realizados pueden contribuir al oscurecimiento de la conciencia. Un asesino a sueldo no podrá dormir cuando cometa el primer homicidio, pero cuando lleva años haciéndolo, se le oscurece la conciencia. Todo el mundo sabe que matar es malo. Para que la conciencia lo acepte, la persona debe revestirlo de bondad, y busca argumentos a su favor y los encuentra. Lo mismo sucede en el caso de los robos; la conciencia se tiene que justificar ante sí misma para hacerlos. El ser humano nunca actúa pensando que va a hacer el mal, busca justificaciones que maquillen ese mal; pero en el fondo queda siempre la duda de si estuvo la decisión bien tomada o no.

Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia: qué lee, que ve, qué conversaciones tiene, qué ambientes busca.

También se han de educar la voluntad y la afectividad mediante la práctica de las virtudes. ¿Qué virtudes? Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

Son especialmente importantes la sinceridad con uno mismo y con el amigo sabio o el sacerdote que pueda ofrecer un acompañamiento espiritual.

Una persona bien educada debe poner por obra la epiqueya, que es la interpretación moderada de la ley según las circunstancias de tiempo de lugar y de persona: Se parece a la prudencia ya que nos dice cómo actuar en una situación imprevista, como ¿qué hago si se me poncha la llanta en tal carretera? O ¿qué debo hacer si un individuo se me acerca para robar el coche o secuestrarme? Para contestar hay que conocer más a fondo la situación de que se trate.

Precisión

Es distinta la consciencia psicológica (que es darme cuenta) de la conciencia moral. Son distintas hasta en su ortografía.

 
Imagen de Carlos Alvarenga en Pixabay


 

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