Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Judas es el prototipo del traidor que vendió a su Maestro como si este estuviera en rebajas y ofertas, apenas en treinta monedas. Fue un mal comerciante. Y además un desesperado. Si hubiera confiado en el perdón de su Maestro, los altares tendrían un santo más y nosotros los traidores, un patrono al cual encomendarnos: San Judas Iscariote, ruega por nosotros.

Pero no. La narración de Mateo dice que, tras la condena de Jesús, “se marchó y fue a ahorcarse”. El libro de los Hechos de los apóstoles añade: “cayó de cabeza, reventó y se derramaron todas sus entrañas”. Personaje odiado, no carece de apologistas. Y no son pocas las obras literarias y los ensayos reflexivos que ha suscitado su misteriosa figura.

Entre nosotros, aparece desde hace siglos, a finales de Semana Santa, como un motivo de alegría, un desahogo del pueblo y una crítica a los traidores de turno.

Los folkloristas no son lo suficientemente claros ni coincidentes cuando aluden a la quema de los Judas. Según los más, se inició en España durante la dominación de los árabes, tan amantes de la pirotecnia y los carpinteros hacían, con los sobrantes de madera, enormes figuras que quemaban la noche del 19 de marzo, fiesta de su patrono San José. Así comenzaron las famosas “Fallas de Valencia”, cuyo esplendor llega hasta nuestros días. Falla: palabra catalana de origen latino que significa tea, hoguera. Los barrios rivalizan en escenarios y monigotes alusivos a sucesos y personajes de actualidad que queman entre cohetes y algarabía.

Los franciscanos que evangelizaron a nuestros indígenas con métodos audiovisuales, teatrales, impactantes se inspiraron, acaso, en las fallas. El Sábado de Gloria aparecían muñecos grotescos que representaban a Judas y, que para seguir el relato evangélico, pendían de una larga cuerda que iba de lado a lado de las calles y los hacían tronar con cohetes para que se contorsionaran, estallaran como sucedió al Iscariote, y reventaran derramando dinero, comestibles, algún premio que se disputaba la avidez encimista de la chiquillería. Hubo ocasiones que dentro del monigote introducían un gato que al primer estallido de la cohetería salía brincando como alma que lleva Judas.

Esta costumbre tuvo fuerte arraigo durante el virreinato. El pueblo, con su connatural gracioso ingenio, confeccionó Judas con la cara de oidores y regidores españoles, lo que provocó que se prohibiera la quema. Pero al no poderlos quemar de otra manera, el pueblo siguió haciéndolos y vendiéndolos por las calles. ¿Quién compra un Judas de cartón? ¿Quién lo compra de madera? Hay Judas de paja y zacate seco hechos en Veracruz. Tenemos Judas desde 4 centímetros hasta 8 metros. A escoger. El cojo Santanna, durante su cojeante dictadura de 1853 a 1865, reprimió nuevamente la quema de Judas por ofender al soberano gobierno; pero el soberano pueblo siguió tronando a los traidores.

Todo parece estar ahora contra la mexicanísima tradición: porque el antiguo Sábado de Gloria es hoy de luto conforme a las reformas litúrgicas; porque las autoridades han prohibido el uso de cohetones por razones de seguridad pública; porque cualquier Judas de carrizo y papel de China cuesta treinta monedas de plata. Nos quedamos sin un escape para las tensiones sociales, un desahogo del pueblo tantas veces oprimido y una inocente amonestación a los corruptos que lo traicionan.

“Quemado, estar quemado”: inservible para desempeñar puestos públicos. “Tronado, estar tronado”: miserable, endeudado o reprobado ruidosamente en el examen. Se acaba la quema de Judas. Nos queda por lo menos la palabra.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 1 de abril de 1989.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de marzo de 2024 No. 1499

Por favor, síguenos y comparte: