Por P. Fernando Pascual
Como ha sido dicho varias veces, siempre somos aprendices en la oración. Por eso, tenemos que aprender a orar.
Alguno puede pensar que ya sabe hacerlo, porque ha leído mucho y tiene su “diploma de oración”.
Otro puede pensar que no está hecho para orar, que le resulta algo imposible después de muchos intentos sin resultados “visibles”.
Quien piensa que ya sabe, quizá es que no ha pasado por esas etapas de purificación en las que uno descubre, con sorpresa, que apenas está empezando a rezar.
Quien supone que la oración no sería para él, la anhela y la necesita desde lo más hondo de su corazón, aunque parezca resignado a no rezar plenamente.
Por eso todos, jóvenes o adultos, con más o menos estudios, siempre necesitamos ir a la escuela de los humildes: la que nos enseña a orar.
Nadie está excluido, ni hay que pagar por la “matrícula” de ingreso, ni se exigen estudios previos.
Basta que el corazón experimente un hambre sincera de Dios y de su misericordia para que podamos empezar el estudio más importante: el que nos permite orar.
El Maestro será siempre Cristo. Por eso, como los discípulos, también nosotros le decimos: “Señor, enséñanos a orar…” (Lc 11,1). Recibiremos entonces la enseñanza de su oración al Padre, y diremos: “Padre nuestro…”
Luego, nos guiará paso a paso en los diferentes momentos de la oración, y nos regalará su Espíritu, que rezará en nosotros y con nosotros.
En la escuela de la oración será muy útil leer a grandes maestros espirituales del ayer y de nuestros días, como san Pedro de Alcántara, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Francisco de Sales, santa Teresa de Lisieux.
Pero lo más importante será siempre mantenerse en actitud humilde y de escucha, para que Jesús, Hijo del Padre e Hijo de María, nos conduzca suavemente en el camino que nos permita, cada día, aprender de nuevo a orar…
Imagen de Vytautas Markūnas SDB en Cathopic