Por Martha Morales
El profeta Oseas presenta a Dios como un padre amoroso que dirige la educación de su pueblo: Yo enseñé a nadar a Efraín, le alzaba en brazos… Con cuerdas humanas, con lazos de amor le atraía, era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba y le daba de comer (Os 11,3-4).
La historia de la salvación es la historia de la intervención de Dios a favor de su pueblo con la intención de darse a conocer y de llevar a su pueblo a participar de su amor. Dios suscita profetas, sacerdotes y reyes para que sirvan a su pueblo, con la condición de que se ajusten a su voluntad y secunden su acción providente.
Para secundar la acción de Dios hay que saber discernirla. Y esto se aprende del testimonio que la Sagrada Escritura da, tanto de la acción providente que Dios mantuvo con Israel, como del acompañamiento de Jesús con sus discípulos. Esta acción no es algo pasado, el Espíritu la sigue actualizando en el tiempo. También en los santos podemos aprenderla. ¿Qué nos toca? Estudiar y corresponder a la gracia.
La pedagogía de Dios
Juan Carlos Carvajal afirma que Dios inicia la educación del hombre en el momento mismo de su creación, cuando le da la vida, le regala todo lo creado y le llama a su amistad (cfr. Gén 1, 26-31). Dios les enseña a Adán y Eva que todo es gracia, pero viene la caída original. Prefieren seguir su propia voluntad a la voluntad de Dios, aunque pronto se arrepienten.
Cuando su pueblo cae en la esclavitud, Dios les manda a Moisés para que los libere en su nombre, misión imposible para un hombre, pero sale adelante porque confía en Dios. Cuando Israel se vuelve a Dilos una y otra vez, Dios los escucha. Su acción siempre es a favor del hombre.
Para fortalecer esa relación de amor, Dios establece una alianza en la que el pueblo será Su pueblo y el pueblo lo tomará como su Dios, en exclusiva, y no acudirá a los ídolos. Además, Dios le entrega una Ley para que vivan conforme a la ley natural y a la ley divina.
Dios se presenta como el Dios de la promesa, y los que aceptan la alianza, reciben una promesa mayor de la que esperan. Por ejemplo, Dios les alienta a poseer la tierra prometida, pero la verdadera tierra prometida es la Patria Celestial. ¡Nada que ver con cualquier terreno de la tierra! Con sus promesas Dios va ensanchando el corazón de los hombres y les prepara para participar de su Reino.
No es fácil entender el modo de actuar de Dios, por eso nos envía a su Hijo Jesucristo, para que él mismo, con sus obras y palabras, nos enseñe el estilo divino de vivir.
El trato de Dios
El Señor acoge a todos los que le buscan con sincero corazón, para manifestarles que son amados de Dios y para que reconozcan su dignidad de hijos de Dios.
Jesús ofrece a cada uno –no lo que quiere-, sino lo que necesita. Dios nos ofrece un trato personal, quiere que hablemos con Él al menos cinco minutos cada día, y que el resto del día vivamos en su Presencia.
Jesús llama a cumplir los mandamientos, y él va por delante, son el camino para llegar a la salvación, y, si hay tropiezos, nos ofrece la confesión sacramental.
Si leemos atentamente los Evangelios iremos a la “escuela de Jesús”, y aprenderemos sus estilos pedagógicos y su amor al Padre. En los Hechos de los Apóstoles y en las cartas paulinas comprendemos los modos de actuar del Espíritu Santo, y veremos que “el Espíritu sopla donde quiere”.
Dios nos propone repasar nuestra vida y detectar cómo Dios ha actuado en ella, así aprendemos también los modos de actuar de Dios y podemos saber que nos pide ser humildes y mansos de corazón, como Él.
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