Por Jaime Septién
Los mexicanos estamos reprobados en democracia. Solemos echarle la culpa a los políticos y a los partidos. Pero lo cierto —como lo ha mostrado el reporte de The Economist— es la sociedad a la que no le importa que se respeten las reglas, siempre y cuando no interfieran en sus intereses personales. En otras palabras, estamos dispuestos a vender libertad, participación y derechos a quien nos garantice seguridad y capacidad de vivir a nuestras anchas, sin compromisos y sin trato con el otro más necesitado que yo.
La pintura es fuerte. Pero el reciente resultado electoral nos hace pensar que ese informe tenía razón; que en materia de democracia andamos apenas rozando a Bangladesh. Tuvo relevancia la transferencia de recursos al gasto social del presente régimen. No digo que esté mal, para nada. Los jóvenes, los ancianos, las mujeres merecen un tipo de apoyo de esta naturaleza. Quizá mayor. Lo que asusta es que un gobierno paternalista convierta al ciudadano en un simple peticionario. Eso genera una sociedad anémica e infantil. El esfuerzo se relega para la mejor ocasión.
Otro abismo es el de la integridad moral y ética. Según la Encuesta Global de Integridad 2024 de la empresa EY, 38 por ciento de las personas que habitan en Latinoamérica están dispuestas a realizar al menos una actividad no ética si esto les permite “subir” de puesto o ganar más lana. En México el porcentaje sube a 41 de cada cien personas. Lo dicho: cuatro de cada diez mexicanos están dispuestos a la corrupción personal que luego se vuelve comunitaria. Y hasta chistosita: “el que no transa, no avanza”.
Son dos pozos profundos de la moral mexicana que deben ser corregidos en familia: primero, el de aprender a pensar en clave de los demás; segundo, no venderse por un plato de lentejas. Conservar lo único que vamos a dejar cuando la muerte nos llegue: la buena fama, el honor, la integridad moral. Después de todo, nunca se ha visto al coche de mudanza detrás de la carroza que conduce un féretro al cementerio.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de junio de 2024 No. 1512