Por P. Justo López Melús
ALIVIO DE CAMINANTES
Simón había sido muy mal educado, debido a las enseñanza y mal ejemplo de su padre ateo. No lo había educado en valores morales ni religiosos, no se había preocupado de sus lecturas ni de sus compañías, le había permitido participar en toda clase de aventuras peligrosas y escandalosas. Apenas alcanzó la mayoría de edad, fue condenado a muerte por un gran crimen cometido.
Leída la sentencia, dijo con calma ante los jueces del tribunal:
–Les perdono a ustedes, jueces, pues la sentencia es justa. Perdono a la sociedad que admite la pena de muerte por crímenes como el mío. Pero hay en la sala alguien a quien no puedo perdonar: es mi padre. Con sus enseñanzas y ejemplo, él me educó sin religión y sin moral. Si mi padre me hubiera educado bien, ahora yo sería un joven decente y no acabaría mi vida.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de junio de 2024 No. 1512