Por Mauricio Sanders
En el centro geográfico de México se encuentra un monumento a Cristo Rey, consagrado en 1925 sobre el Cerro del Cubilete, en el estado de Guanajuato. Ese monumento de piedra es una homilía, que predica a los cuatro vientos que la religión no puede restringirse a la práctica privada, porque es asunto de los hombres organizados en sociedad.
El Estado “inspirador”
Para la Reforma y la Revolución, el Estado mexicano era el aparato supremo que debía englobar al hombre, a quien el hombre debía su adhesión firme y su primera fidelidad. Cualquier transformación de la sociedad competía, no a los ciudadanos libremente organizados en las asociaciones de su preferencia, sino al Estado como inspirador, orientador, animador, director, actor y ejecutor. El Estado era el responsable de promover el bienestar material, mental y moral de la nación.
Desde el punto de vista del Estado, la Iglesia era un rival, pues como institución envuelve al hombre de la cuna a la tumba y penetra en los hogares, los ranchos, las fábricas, las oficinas y las conciencias. El Cristo monumental era una muestra del poder de la Iglesia y, como para el Estado nacido de la Revolución el enemigo era la Iglesia, el Estado resolvió someterlo.
La reacción de los católicos
Así pues, el presidente de la República determinó aplicar rígidamente el artículo 130 de la Constitución, al expedir una ley sobre delitos y faltas en materia de culto religioso, la llamada Ley Calles. En 1926, el presidente dio instrucciones para cerrar conventos y escuelas católicas y expulsar religiosos y sacerdotes extranjeros. En esas circunstancias, caló muy hondo entre los católicos mexicanos el complejo religioso, social y político de la devoción a Cristo Rey, una reacción frente al intento del Estado por monopolizar toda iniciativa pública y por dirigir hasta las conciencias de los hombres.
Cuando se levantó el monumento del Cerro del Cubilete, hacía apenas un año que, en Roma, allá muy lejos del Bajío mexicano, el Papa Pío XI había expuesto y asentado la doctrina acerca del reinado social y político de Cristo, instituyendo la solemnidad de Cristo Rey del Universo mediante la encíclica Quas primas. Con la figura de Cristo Rey, la Iglesia contrastó el carácter deshumanizante e inhumano de las doctrinas políticas del siglo XX, liberalismo, socialismo y fascismo.
Compendio en cinco sílabas
Si el gobierno negaba cualquier vínculo con la religión, los católicos mexicanos proclamaron a Cristo el rey de México, con una cruz por trono, una corona no de oro sino de espinas, y en lugar de manto de armiño un taparrabos. Los católicos proclamaban a voz en cuello una alternativa política: “¡Viva Cristo Rey!”
Este grito no es un ay de dolor ni un rugido de descontento. Es el resumen del compendio de una síntesis, un cuerpo de teoría social expresado en cinco sílabas. De acuerdo con esta teoría, la Iglesia es el conjunto de los hombres reunidos en el Reino de Dios. Para que haya Reino, se necesita rey y el rey es Cristo. Este rey no es nada más recuerdo, como Quetzalcóatl, ni nada más ejemplo, como Confucio. Es Dios vivo y verdadero y su reinado se tiene que notar al establecer y obedecer las leyes, al reclamar y administrar justicia.
Lo grite quien ame la libertad
“¡Viva Cristo Rey!” En una cultura cristiana, la concentración del poder político, económico y espiritual en el Estado provoca el debilitamiento de las libertades y los derechos del hombre. Por eso, el grito es una propuesta para reformar el poder estatal desmesurado. Para decirlo con un flagrante anacronismo y un anatopismo sinvergüenza, es una revolución contra el Rey Sol. Todo el que ame la libertad es libre para gritarlo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de julio de 2024 No. 1514