Por P. Fernando Pascual
Existe una idea extendida en muchos ambientes y reflejada en la literatura, el teatro y el cine: los conservadores serían rigoristas, despiadados, inhumanos, mientras que los rebeldes e inconformistas serían abiertos, tolerantes, compasivos, buenos.
Entre los miles de ejemplos que se usan sobre el tema, pensemos en dos escenas. La primera: unos padres conservadores, apegados a la moral clásica, descubren cómo un hijo o una hija se drogan, incluso en su mismo hogar.
Su reacción (según la idea de que los conservadores serían rigoristas) se caracterizaría por su dureza: reproches, desprecio, incluso expulsión de casa. Esos padres ven al hijo o a la hija como un fracaso, como una deshonra, como un pecador.
La segunda escena: unos padres modernos e inconformistas ante el mundo burgués y negativo, descubren que el hijo o la hija se droga, y le ofrecen en seguida apoyo, comprensión, consejos, y un acompañamiento respetuoso. Incluso aceptan el hecho como si no fuera tan negativo, con una actitud tolerante y empática.
Las dos escenas simplifican las situaciones, pues en cada familia las reacciones dependen de factores que van más allá de las etiquetas “conservadores” o “revolucionarios”, “anticuados” o “modernos”.
Pero a través de ellas algunos creen comprender y describir correctamente dos actitudes opuestas, la primera vista como negativa por un exceso de rigorismo casi fariseo, y la segunda considerada positiva, abierta a diferentes sensibilidades.
En realidad, el mundo no es tan blanco y negro como algunos imaginan. Porque existen “rigoristas” y conservadores que defienden las normas con pasión y saben, al mismo tiempo, tener actitudes empáticas y comprensivas ante quienes incurren en algún error o pecado, sin desprecios humillantes.
Al mismo tiempo, existen inconformistas y rebeldes que reaccionan con una dureza inusitada contra quienes piensan de otra manera, incluso con violencia, como se nota en manifestaciones que supuestamente defienden a los marginados al mismo tiempo que usan formas de violencia arbitraria contra inocentes que simplemente pasaban por ahí.
A pesar de los errores presentes en esa simplificación, como en tantas otras, en la misma se encierra una idea valiosa: subrayar la importancia y la belleza de la comprensión y empatía hacia cualquiera que pueda incurrir en defectos o pecados de diverso tipo, gusten o no gusten, estén o no estén de acuerdo con las ideas personales que podamos tener.
En grupos y sociedades polarizadas, donde unos reprochan duramente a otros simplemente por tener ideas diferentes, hace falta promover la escucha y el sano debate, que permita identificar lo que sea válido en cada propuesta, y lo que pueda tener de equivocado.
Al mismo tiempo, urge promover actitudes de cercanía y escucha hacia quienes puedan haber cometido acciones equivocadas o incluso haber adquirido vicios más o menos arraigados, para que experimenten la belleza de ser acogidos y ayudados simplemente por ser parte de la gran familia humana.
De este modo, no daremos un papel excesivo al hecho de ser conservador o inconformista, sino que buscaremos, por encima de etiquetas arbitrarias, promover y alabar a quienes saben tender la mano a toda persona que necesite comprensión en las diferentes situaciones de su vida.
Imagen de mostafa meraji en Pixabay