Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
El que anda de buenas, no anda de malas. Carro que no tiene gasolina, no llega a ninguna parte. Se está muriendo mucha gente que no se había muerto antes. Si no llueve p’al día último de este mes, ya no llovió en este mes”. Así hablaba el famoso Filósofo de Güemez. ¿De Güemez? Sí, porque el Filósofo vivió en este municipio del Estado de Tamaulipas, fundado en 1749 por el colonizador don José de Escandón, el cual dio este nombre al municipio y a su cabecera en honor del 41 virrey de la Nueva España, don Juan Francisco de Güemez Horcasitas y Aguayo, primer Conde de Revillagigedo que, entre otras cosas, promovió la conquista de Nuevo Santander.
De boca en boca de los tamaulipecos, andan los dichos, refranes, proverbios, máximas y agudezas del Filósofo de Güemez, cuyas frases de certero y graciosos realismo, se han popularizado en todo el país y más allá.
“Unos salen a tirar y otros tiran a salir”. Y otra norma de la más ortodoxa politología: “Como los frijoles de olla, arriba o abajo, pero dentro”. (Perded toda esperanza, diría el Dante a la mexicana, vosotros los que estáis fuera). Los refranes son filosofía en sandalias, como la filosofía es refrán en riguroso frac. Por todos los caminos se llega a la verdad.
¿Quién era el Filósofo de Güemez? Tres candidatos se disputan cetro y corona, los tres avecindados en esta tierra cálida y agrícola: Güemez, tu superficie es el maíz. El primero es José Calderón, originario de Victoria, carpintero, músico y dicharachero festivo. El segundo, don Darío Guerrero del municipio de Bustamante, hombre de lucidez mental y generoso en procurar el bienestar de la comunidad. El tercero es don Juan Mansilla Ríos, hijo de Güemez, ilustre matemático, que a la caída de Porfirio Díaz emigró con él a las Europas.
“Cuando el gallo canta en la madrugada, puede que llueva mucho, que llueva poco o que no llueva nada. Andamos como andamos, porque somos como somos. Árbol que crece torcido, no le pusieron palito. P’a que el barco flote, a fuerza tiene que tener agua. Cuando hay, hay; cuando no hay, no hay”.
El fecundo escritor tamaulipeco Ramón Durón Ruiz ha rescatado en El filósofo de Güemez -libro editado por la Universidad Autónoma de Tamaulipas-, un trozo de la riqueza de nuestra literatura popular en estas máximas que se identifican por la lógica contundente del sentido común, por la sabrosura del humor y por la concisión expresiva.
“Cuando pica la hormiga, no más hay dos cosas que hacer: rascarse y esperar la roncha. Si dos personas van siguiendo una liebre, y el de adelante no alcanza, el de atrás menos. Si no llegó, es porque no vino. Agua que corre no es charco. Cría cuervos y tendrás muchos”.
Durón Ruiz concluye acertadamente que, aunque no fuera posible determinar cuál de los tres candidatos es el único y verdadero filósofo de Güemes, ciertamente el pueblo, el pueblo anónimo y agudo es el otro filósofo que sigue acuñando estas frases sabrosas de pensar y decir.
“Oye, Filósofo, ¿lloverá a la noche? Mañana te digo. Si el correcaminos no gana, es porque perdió o empató. Camarón que se duerme, no amanece desvelado. Si dos montan a caballo, de seguro uno va atrás. P’a vida de morirse, hay que estar vivos”. Y estos dos letreros socarrones. Uno en la cerca de un potrero: “Se prohíbe el paso a marranos”. El otro al frente de una escuela: “Señor conductor, pase despacio, no nos sobran niños”.
Publicado en El Sol de San Luis 19 de enero de 1991.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de agosto de 2024 No. 1520