Por Arturo Zárate Ruiz

Hablaré de los bufones. No, no de nuestros políticos, sino de bufones bufones, los que bromean en los palacios de los reyes, o más bien tiranos, para quitarles a éstos, en lo posible, el aburrimiento tras escuchar tanta zalamería de parte de sus insufribles cortesanos.

Sus payasadas en alguna medida sirven para recordarle de manera graciosa, a un déspota, verdades que jamás escucharía de sus aduladores. Algunos buenos comediantes mexicanos lo hicieron muy bien, aunque veladamente, con sus chistes, en programas de televisión y películas tal vez antiguos. En cualquier momento, deberían atreverse, incluso hoy, si las órdenes del tlatoani no se cuestionan. Entonces, con disimuladas guasas, quizás sea posible expresar lo indebidamente prohibido.

Lo que implica riesgos. En tiempos de Echeverría, detuvieron, vetaron de todo medio artístico y multaron hasta dejarlo sin blanca al Loco Valdés por un simple chiste: “¿Quién fue el presidente bombero? Pues Bomberito Juárez. ¿Y quién lo ayudaba? Su esposa, Manguerita Maza de Juárez”. Los católicos, que nos da a veces por la gazmoñería, estamos lejos esos melindres. Alguna vez ponía en su lugar a mi muchacho y le decía “yo soy tu padre, tú eres mi hijo…” y, mi hija, de metiche y bromista, sale “y yo el Espíritu Santo”.

Aun con los riesgos, Los Polivoces no dejaron de bromear, aunque con mayor disimulo que el Loco Valdés. Agallón Mafafas y Juan Garrison no se burlaban tanto de los clubes de exploradores. Retrataban los abusos del militarismo. Mostachón y el Wash & Wear denunciaban la explotación laboral y clasista. Gordolfo Gelatino y su madre doña Naborita, tal vez no ofrecieran una crítica política, pero sí contra los peligros de la sobreprotección maternal en México y de la vanidad de los artistas en los medios de comunicación. Sí crítica política fue El policía y sus convictos, con eso de “La policía siempre en vigilia, o cuidado con los rateros”. Doble sentido puro.

La India María sacó del olvido a los pueblos nativos de México, a quienes sólo se les recordaba entonces en narrativas y monumentos acartonados, no en su situación de abandono y exclusión. Representó también el comercio informal con el que sobreviven no pocos en las calles, en un contexto de extorsión de las autoridades (hoy sería la extorsión del crimen organizado).

Cantinflas fue el comediante mexicano por excelencia. Brilló mientras encarnó al “Peladito”. Denunció la pobreza de multitud de mexicanos, pero también la falta de instrucción escolar y de formación profesional como limitante para salir adelante. Nos recordó así que no nos bastan las buenas intenciones, que hay que prepararse para progresar. El ocaso de su popularidad se dio una vez que dejó de ser gracioso por preferir convertirse en plataforma del discurso del gobierno de turno, donde los políticos sí escuchaban a los buenos (el profe) y ponían en su lugar a los malos (los propietarios de tierras), donde la policía era excelente (El Patrullero 777), y donde México no se dejaba mangonear por nadie (Su Excelencia). Dejó de ser bufón y se convirtió en pésimo predicador.

El Chavo del 8 sirvió para reírse de quienes no tienen más trabajo que cobrar rentas, y de quienes no pagan renta por no trabajar, además de quienes recurren a un falso abolengo para esconder su pobreza, de quienes (el Profesor Girafales) hacen de su autoridad profesional excusa para usurpar toda toma de decisiones, y, aunque con chanzas, el personaje principal nos recordó los niños abandonados, los niños de la calle. También, El Chapulín Colorado, entre bromas, nos permitió no olvidar que sólo haciéndose chiquitos (algo prácticamente imposible para los políticos) es que se pueden lograr cosas grandes.

Vivimos tiempos en que en México crece la concentración de poder y con ello el riesgo de que sólo hablen los cortesanos, con sus adulaciones. Si es así, ojalá que regresen y abunden los bufones. Los necesitaremos para evitar el ocultamiento total de la verdad.

 


 

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