Por P. Fernando Pascual

Estamos enfermos. El pecado nos hiere continuamente. Sentimos la fuerza de las pasiones. El mundo amenaza con arrastrarnos una y otra vez.

Necesitamos una medicina poderosa para ser curados del mal y para recibir fortaleza que nos ayude a correr en el camino del bien.

En la lucha espiritual contamos con una “fábrica de medicinas espirituales”, nuestra madre la Iglesia católica.

Fue san Juan Crisóstomo que llamó a la Iglesia con esta expresión atrevida. Estas son sus palabras:

“Fábrica de medicinas espirituales es la Iglesia, para que aquí curemos las heridas que allá afuera recibimos; pero no para que de aquí salgamos a recibir nuevas heridas”.

Antes de ofrecer esta definición, el santo obispo de Antioquía comentaba a sus oyentes por qué nos acercamos a escuchar la Palabra de Dios: porque en ella encontramos un camino de purificación interior. De nuevo leemos sus palabras:

“Para esto nos acercamos a esta cátedra y trono de la sabiduría, para echar fuera esas otras inmundicias. (…) Que lo oído acá nos sea más precioso que otra cosa cualquiera, porque esto toca al alma, mientras que aquellas otras cosas atañen al cuerpo. O por mejor decir, lo que aquí se explica, ayuda al alma y al cuerpo. (…) Aquí aprendemos no solamente quiénes seremos allí en la vida futura y cómo viviremos, sino también cómo hemos de vivir aquí”.

Juan Crisóstomo invitaba a sus oyentes a escuchar al Espíritu Santo mientras comentaba el Evangelio según san Juan. Solo con una buena atención, las palabras santas pueden convertirse en verdadera medicina para el alma.

“Atendamos, pues, con gran diligencia a este libro que se nos ha entregado por medio de la revelación. Si desde el principio penetramos bien los comienzos y la materia, luego no necesitaremos ya de mucho estudio. Si desde el principio nos imponemos un pequeño trabajo, incluso luego podremos enseñar a otros, como lo hizo Pablo”.

Desde luego, la medicina produce sus efectos cuando estamos bien dispuestos. Por eso san Juan Crisóstomo añadía varios consejos:

“Si alguno en su campo tiene espinas, póngales fuego, el fuego del Espíritu Santo. Si alguno tiene corazón duro y contumaz, con ese mismo fuego ablándelo y vuélvalo tratable. Si alguno es acometido en su camino por una multitud de pensamientos, entre a su interior y no dé oídos a esos que quieren introducirse para la rapiña. Todo para que podamos ver frondosas vuestras sementeras. Si así cuidamos de nosotros mismos, si con gran empeño atendemos a la exhortación espiritual, poco a poco, si no se puede de un golpe, nos veremos libres de todas las cosas del siglo”.

Encontramos en la Iglesia, que ha recibido el gran regalo de la Revelación, una auténtica fábrica de medicinas espirituales. Por eso acudimos a ella para escuchar la Palabra, para recibir los Sacramentos, para dejar que la gracia y el amor que Cristo nos ofrece entren en nuestros corazones y nos permitan ya ahora vivir la verdadera alegría del Evangelio.

(Los pasajes aquí reproducidos se encuentran en san Juan Crisóstomo, Homilía 1 (o 2), de sus Homilías sobre el Evangelio de San Juan).

 
Imagen de congerdesign en Pixabay


 

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