Por Alba Rodríguez*

El periodismo, o por lo menos los periódicos, se han posicionado sólidamente en mi imaginación como una pieza de entretenimiento similar a un reality show o a una tragicomedia particularmente sosa. Frente a las propuestas informativas actuales me siento como se habrán sentido los asistentes al cine mudo cuando conocieron el cine tecnicolor.

Por momentos parece que una muy buena parte de la población mexicana es de la misma opinión. Las noticias (las malas noticias, pues desde hace unos años para acá hay un sólo tipo de noticias) son el ruido de fondo en la papelería, en la fondita, en la peluquería, en la combi, en las cadenas de Whatsapp que reenvía tu tío favorito.

Los reporteros fungen como actores experimentados, si bien un poco cansados, y ponen en escena una representación con un guion idéntico al del día anterior excepto por el hecho de que nada es igual, aunque todo suena a lo mismo.

Los espectadores, el público, nosotros, hacemos como que pusimos atención y salimos con el orgullo henchido, regodeándonos ya en la satisfacción que nos proporciona repetir algunas frases controversiales a manera de opinión originalísima y categórica, perfecta para zanjar discusiones con cualquiera que se atreva a mencionar tan siquiera el clima: su fuente de información es la cadena informativa enemiga.

Nos damos por enterados del último estreno cinematográfico y nos hundimos en el ajetreo cotidiano, más que listos para olvidar los problemas ajenos, lejanos, distintos y distantes. Bien tenemos suficiente con lo nuestro. Mañana nos volveremos a enterar. Total, las elecciones acaban de pasar y no hay nada más por hacer.

Yo no sé usted, lector, pero cuando me imagino al estereotipo de la “persona informada”, me imagino a un hombre de mediana edad, con un carácter ácido y una lengua afilada, listo para saltar al más mínimo indicio de conflicto verbal, pero renegado absoluto a perderse un partido de fútbol por el insignificante hecho de que hay elecciones. Porque, yo no sé usted, lector, pero cuando pienso en un ejercicio democrático este es el único que me viene a la mente.

Insisto, lector, en que yo no sé muchas cosas: por ejemplo, sería capaz de pensar en las posturas políticas de los segmentos poblacionales masculinos y mayores de 40 años, pero, en vista de los acontecimientos más recientes, no lograría ni siquiera sugerir la postura política de la juventud. Y es que, lector, la mayoría de la población parece estar muy cómoda y tranquila donde sea que esté, pero de acuerdo con los reclamos que he escuchado más recientemente, la juventud no existe.

La opinión de la juventud no existe. Que por apáticos o por cooptados, no parece que tengamos ideas propias. No somos ni de aquí ni de allá. Nos vomita la burocracia, nos vomitan los partidos, nos vomitan las causas perdidas. La opinión de la juventud no hace eco en ninguna parte. Por el sistema y por el día a día, no parece que le estemos hablando a nadie. Pareciera que no estamos hablando.

Porque si uno va a una universidad privada, ya se es burgués, avaro y opresor sistemático. Atrévase uno de estos a protestar por algo y se le echa en cara que no ha protestado por nada en su vida. Con lo cual este nuevo reclamo más le vale que no lo hiciera. Más vale que no proteste. Porque no sabe lo que es luchar, porque defiende sólo sus propios intereses, porque, peor todavía, lo único por lo que lucha es por sus privilegios.

Y sin embargo los oigo gritar. No estoy segura de que alguien más los escuche.

Porque si uno va a una universidad pública, ya es porro, comunista, resentido social. Atrévase uno de estos a protestar por algo y se le echa en cara que el poder lo ha engañado y lo está manipulando. Con lo cual este nuevo reclamo más le vale que no lo hiciera. Más vale que no proteste. Porque finalmente nada va a cambiar, porque no tiene nada que proponer, porque, peor todavía, simplemente se dedica a destruir.

Y sin embargo los oigo gritar. No estoy segura de que alguien más los escuche.

Yo intento esforzarme por escuchar, pero no estoy segura de que valga la pena seguir gritando. Sigo gritando porque no sé qué más haría. Sigo gritando porque nuestro foro púbico es un mercado y aquí atienden al que vean, no al que se forme. Sigo gritando porque, aunque nadie me escuche, me niego a resignarme buenamente a la venia de los poderes invisibles que zangolotean esta pobre tierra.

Olvide usted que en este país lo que existe es el narco, los feminicidios, las víctimas. Que en este país lo que existe es la pobreza, la falta de medicamentos, la falta de recursos. Que en este país lo que no existe es la memoria ni la justa indignación.

Este país no es Venezuela, pero sí Comala. Como buena democracia latinoamericana, estamos siempre al borde de la existencia. Somos y no somos. Estamos y no estamos. Y hasta que los gritos no tengan sentido, hasta que quienes gritan no se escuchen entre ellos, seguiremos sin enterarnos de dónde estamos. Seguiremos viendo películas mudas con guiones choteados para hacernos pasar por críticos informados, por ciudadanos preocupados.

Ojalá hagamos algo para evitar estar muertos. Ojalá nos demos cuenta cuando ya estemos muertos. Ojalá cuando estemos muertos hagamos el esfuerzo por renacer. Siempre habrá Pascua el próximo año. Siempre podremos designar pueblo mágico a Comala.

Mientras tanto, si vivimos sin darnos cuenta de nada, seguiremos escuchando voces, gritos y sombrerazos que significarán precisamente eso: nada. Pero podremos comer pan de muerto y romper piñatas. Viva México, viva su democracia.

*Alba Rodríguez es responsable de redes sociales de la revista Conspiratio. Se reproduce con autorización de la dirección de la revista (NOTA: por razones de espacio, el artículo fue resumido).

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de octubre de 2024 No. 1527

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