Por Jaime Septién

Primero que nada, hay que trabajar con las palabras. Las palabras son importantes. Son los vehículos por los cuales entran las ideologías. ¿Qué es la llamada “cultura woke”? La palabra “woke” quiere decir “despierto”. La RAE lo traduce como “concienciado”. En principio, es positivo. Estar despierto en contra de los actos de racismo; estar alertas ante las injusticias sociales o políticas; tomar conciencia de los abusos en contra de la dignidad de la persona …

Y ese fondo seguiría vigente si no se hubiera convertido en una ideología, es decir, en un modo de pensamiento único, que no acepta ni el diálogo ni nada que contradiga sus “intereses”. Chesterton dijo que toda herejía es una verdad que se ha vuelto loca. Lo mismo se puede decir del “wokismo”, ese estado de alerta se volvió intolerancia hacia el pasado y violencia ante el presente.

Pongo el ejemplo del derribo de estatuas de Cristóbal Colón en la Ciudad de México o en Nueva York, de san Junípero Serra en California, o la negación de la obra educadora, civilizadora, humanista de los misioneros españoles en el siglo XVI en México. La violencia sustituyó al estar “despierto”. Se comenzó a destruir la historia, si no con hachazos sí con desprecio. Y de ahí a exigir una disculpa por algo que sucedió hace 500 años, hubo un paso.

A esta corriente del “woke” se le llama deconstruccionismo o algo parecido. Se trata de deconstruir el pasado por decreto. Como aquellos poderosos que narra Bertold Brecht, que un día vieron que la realidad se oponía a sus mandatos y decidieron, en asamblea y con notario público, prohibir la realidad.

Resulta, finalmente, que los “despiertos” están adormilados, navegando en sueños que una vez fueron ciertos y que ahora se han convertido en necedades. Y muchos jóvenes navegan con ellos, sin saber que en lugar de ir adelante, se hunden en la defensa del sinsentido.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de febrero de 2025 No. 1545

 


 

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