Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Vivimos en pleno triunfo del parecer en olvido y detrimento del ser. El portafolio parece de cuero, pero es de plástico. El bibelot parece de porcelana, pero es de caolín. El señor don parece honorable; ha dicho usted bien, parece. Bollnow escribió un libro reciente sobre la Esencia y cambio de las virtudes. Porque también en la ética se ha sustituido el ser por el parecer. Lucimos al exterior una virtud de la que carece la raíz de la conciencia.

José Luis Aranguren, que fue brillante catedrático de las Universidades de Madrid y de California, ha llamado a esta moral muy siglo XX, así venga desde el siglo anterior, una “moral burguesa”; porque se convierte en moral establecida con y por la victoria de la burguesía y porque procede de una cosmovisión terriblemente individualista en que solo cuenta el yo.

Las virtudes morales tradicionales que fueron precisándose a partir de Sócrates, pasando por Platón y Aristóteles, hasta llegar a Tomás de Aquino, son la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Sobre estos cuatro puntos cardinales giró, por largos siglos, la moral privada y pública del hombre. Comprometieron su fuero interno y su fuero externo, su convicción y su ejercicio. No había divorcio entre ser y parecer.

El nuevo código moral —sobreponiéndose al de la ética griega, escolástica y cristiana—, lo deforma no tanto en cuanto al contenido o materia de los preceptos, sino en cuanto a la forma y espíritu. Las motivaciones y finalidades de lo que debemos hacer o debemos evitar son muy diferentes.

¿Cuáles son las virtudes que practican los innumerables seguidores de la moral burguesa?

Desde luego la honradez, la gran virtud que busca con mayor ahínco la burguesía. No hay adjetivo que satisfaga más como el ser tenido por honrado, lo más lejos posible del fraude y de la irresponsabilidad, y lo más cerca posible del cumplimiento de las obligaciones contraídas, de los tratos y contratos financieros. ¿Por convicción o por interés? ¿Por cultivo del espíritu o por miedo a que le cierren los créditos y el negocio?

Virtud burguesa es buscar el buen nombre, el prestigio y el respeto, con apariencias más que con verdades, con ausencias más que con presencias. Yo no mato, yo no robo, yo no hago mal a nadie. ¿Pero qué hace a favor de los demás? ¿Es ético este replegarse sobre sí mismo en busca siempre del individualismo y de un inmerecido prestigio?

Virtud burguesa es la educación entendida como urbanidad y buenas maneras, la pulcritud del trato, el cumplimiento (palabra compuesta de “cumplo” y “miento”), toda la parafernalia de las caravanas y las cortesías con lo que todo se queda en formas externas sin convicciones íntimas.

Virtud burguesa es la laboriosidad que no se practica como una actividad en obsequio de la comunidad, sino como escala exclusiva para ascender en el estatus social y asegurarse de por vida mediante la acumulación y el ahorro, no siempre por caminos de justicia.

El burgués sigue escribiendo con mayúscula el Deber, el Orden, la Responsabilidad, la Respetabilidad. Pero siempre con el yo por delante. Si observa ciertas normas teñidas de moralidad, es para obtener fama y éxito, sin importar apenas la dimensión social de las virtudes, ni la conversión de la vida, ni la rectitud del corazón, ni el progreso efectivo del mundo.

La gran trampa del burgués es acabar creyendo en sus propias apariencias. Cree que está lleno de virtudes, cuando en realidad es un cementerio de chatarra.

*Artículo publicado en El Sol de San Luis, 29 de julio de 1989.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de marzo de 2025 No. 1551

 


 

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