Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Qué penosa es la visión hipócrita de una sociedad machista que infravalora a la mujer considerándola como una ‘cosa’, objeto de seducción, de placer y fuente de pecado, no solo en los ayeres sino tristemente en nuestro hoy.

La mujer sigue siendo víctima de violaciones, de malos tratos, de humillaciones y lo peor, los atentados contra su integridad, su buena fama, sus capacidades y contra su propia vida.

La ontología de la persona pertenece al varón y a la mujer y, por tanto, tienen una ‘dignidad infinita y trascendente’, en palabras del Papa Francisco.

Hemos de aprender de Jesús Nuestro Señor, a mirar de modo diferente a toda mujer en general y a la mujer en particular, orillada al pecado y a la condena social, como se relata en el pasaje del Evangelio de San Juan, 8,1-11.

Jesús no está contra la ley, sino contra la hipocresía de los jueces condenatorios: ’Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra’… ‘los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos…’

Defiende a la mujer del acoso intolerante y la invita a iniciar una vida digna, de una mujer importante y valiosa.

Comenta el Papa Benedicto XVI, ‘Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor: si odia el pecado, es porque ama infinitamente a toda persona humana’ ( 25 de marzo del 2007).

Todavía más, la justicia de Dios es su misericordia, sin incurrir en la imagen banal o minimizadora del buen Dios, -el Abuelo, como dice el Papa Francisco.

Para san Agustín y para santo Tomás la misericordia es tener el corazón con los pobre y afligidos en sentido amplio. Ives M. Congar, entiende a santo Tomás en esto de la misericordia de Dios como la manifestación de su soberanía divina.

Jesús revela ante la mujer, el ‘rahamim’ del Padre compasivo y misericordioso; ‘rahamím’, entrañas de madre, cuyo singular es ‘rehem’, seno materno en hebreo.

Frente a la miseria humana, está la misericordia divina.

San Agustín dice sobre este pasaje: ‘relicti sunt duo: mísera et misericordia’,-es decir, ‘quedaron solo ellos dos; la miserable y la misericordia’; y nos recuerda algo que se olvida con frecuencia en el lenguaje sofista y descalificador de las personas actualmente: ‘El Señor condena el pecado y no al pecador’ (Comentario al Evangelio de San Juan, 35).

Por eso el infierno eterno es para los que cierran su corazón al amor y a la misericordia.

Seamos poco tolerantes con nuestro pecado e indulgentes con las faltas de los demás.

Tengamos una mirad diferente sobre la mujer, de respeto y de afecto, para promover una vida digna y justa para ella, lejos de toda discriminación y descalificación.

En lugar de piedras, tendamos la mano amiga y el abrazo afable.

 
Imagen de Grae Dickason en Pixabay


 

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