Por Marta Morales
De regreso de una gestión, el conductor del taxi me contó que tenía una novia alcohólica, él la amaba de verdad, y un día ella le dijo: “Lo peor que me ha pasado en la vida ha sido conocerte”. Y lo dejó. Se puso triste. Él no era alcohólico pero se le ocurrió empezar a tomar. Al día siguiente iba muy crudo. En el tablero de su coche tenía el rostro de un Cristo, y notó que ese Cristo se le quedaba viendo, y tuvo una locución en que le dijo: “¿Por qué hasta ahora?”. El chofer le respondió: “Tú no me ayudas”. A lo que Cristo replicó: “En cada tropieza y en cada caída tuya, allí he estado yo. Siempre te acompaño”. El taxista tuvo que estacionarse pues lloró mucho. Comprendió que Dios quería que tuviera más confianza en la providencia divina.
No olvidaré nunca a un piloto italiano que se hallaba ocioso en el aeropuerto de Roma, a causa de una erupción del Etna que impidió la salida de su avión, al que pedí consejo. Me habían robado, no tenía ni dinero, ni el billete de avión, ni pasaporte o tarjeta de crédito. Y el avión de regreso a casa ya había despegado. El piloto me ayudó, intentando persuadir a la línea aérea de que dieran una muestra de buena voluntad. En balde. A continuación, me rogó que esperara un instante, me compró un billete y me lo entregó junto con una dirección a la que podía transferirle el importe una vez de vuelta en casa. «Pero usted no me conoce en absoluto y no puedo identificarme», objeté. Lo único que dijo fue: «Ya me pagará». Sólo pude contestarle: «Querido señor, su amabilidad es mayor que la infamia de los ladrones y la pérdida que sufrí no es un precio demasiado elevado en comparación con la amabilidad que experimento». El piloto no me pareció ser una persona de carácter tan entusiasta como para que, durante los diez minutos que nos tratamos, pudiera yo lisonjearme de haber despertado en él la impresión de ser digno de confianza; y como éste era el caso, una vez que hube regresado a casa yo no tuve nada más urgente que hacer que transferirle el importe en cuestión (Anécdota contada por Robert Spaemann en su conferencia Confianza, pronunciada en Madrid el 19 de mayo 2005. Publicada en la Revista Economía y Humanismo).
La confianza resume en sí las virtudes teologales. Quien la tiene es señal de que tiene fe, esperanza y caridad. Cuando uno espera y ama y cree en alguien, tiene confianza. Dios es merecedor de toda nuestra confianza. Chesterton decía que si fuera clérigo y fuera a dar un solo sermón ese sería contra el miedo.
Jesús nos dice al oído: La confianza que me agrada es la absoluta, la total. No importa que algo te parezca difícil de entender, o que te rebasen los acontecimientos negativos. La confianza se basa en la esperanza teologal, y esta virtud puede crecer al infinito. Me tienes a mí para valer y para poder. Conmigo vales todo y puedes todo. No me pidas explicaciones: sencillamente confía. (Ricardo Sada, Oír tu voz, Minos, México, p. 66).
Santa Faustina nos pasa un mensaje de Jesús en su Diario: Evita las preocupaciones que te afligen y los pensamientos negativos sobre lo que puede suceder más adelante. No estropees mis planes queriendo imponerme tus ideas. Déjame ser Dios y actuar como sé hacerlo. Abandónate en mí y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente Jesús confío en ti. Lo que más daño te hace es tu razonamiento, tus propias ideas y el querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices “Jesús yo confío en ti”, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos. No tengas, miedo, Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti. Necesito las manos libres para obrar. No me las ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte, quitarte la paz. Confía en mí, abandónate en mí. Yo obro en proporción del abandono y la confianza que tienen en mí. Deposita en mí tus angustias, tus problemas y dificultades y duerme tranquilo. Dime siempre: Jesús confío en ti, y verás cómo se va llenando tu alma de paz, de tranquilidad, de amor y de sosiego. Te lo prometo y te lo cumplo porque te amo. Tu amigo que nunca falla. Jesús.
Una señora muy pobre telefoneó a un programa de radio pidiendo ayuda. Un brujo que oía el programa consiguió su dirección, llamó a sus secretarios y ordenó que compraran alimentos y los llevaran a la mujer, con la siguiente instrucción: “Cuando ella pregunte quién mandó estos alimentos, respondan que fue el diablo”. Cuando los secretarios llegaron a la casa, la señora los recibió con alegría y fue inmediatamente guardando los alimentos que le llevaron. Al ver que no preguntaba nada ellos le dijeron: “Señora, ¿no quiere saber quién le envió estas cosas?”. La mujer en su simplicidad respondió: “No, hijo mío, no es preciso. Cuando Dios manda ¡hasta el diablo obedece! Además, el donador ha de querer que su mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.
El Papa Francisco recomendó: “Confiemos en la paciencia de Dios que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa; de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los Sacramentos”.
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