Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
El éxito de los centros comerciales reside en la puesta en práctica del eslogan que ellos mismos acuñaron: Sírvase usted mismo. De tal manera ponen frente a unos ojos curiosos y unas manos golosas, los mil y un artículos provocativos, que el cliente no puede ver y tocar sin caer más fácilmente en la tentación de comprar.
Tal es el secreto del éxito de las mil y una sectas que cada día ganan para su causa un trocito de México. Ofrecen la más variada mercancía “espiritual” a una clientela que generalmente por no conocer su propia religión, cae en la tentación de las ofertas y de una publicidad mendaz y voraz y tenaz, según ofrece a precios muy rebajados, la salvación del alma, la luz sobrenatural y la eternidad al alcance de la mano.
Sucede que las sectas no exigen a sus secuaces mayor cosa que aceptar algún remedo de creencias, pero eso sí con un fanatismo de la época terciaria. Trátase de falsificaciones religiosas muy fáciles y muy cómodas, puesto que no obligan a la clientela a reformar la conciencia ni el mundo. A lo más que obligan estos almacenes salvíficos es a alguna práctica meramente externa y epidérmica -cantos, oraciones, lecturas y aun alguna especie de gimnasia-, pero sin ir al fondo de una fe y de una moral que comprometa la vida íntima y social del hombre.
La teología se ha reducido, en algunos casos, a las confesiones de un seudo-visionario y la ética a ejercicios de respiración profunda.
Sírvase usted mismo, tome lo que le guste y apetezca des esta secta-mercancía que le ofrecemos. Su entera satisfacción o la devolución de su dinero. Y para colmo, hay sectas que no solo ponen precios de barata para atrapar a clientes ayunos de cultura, sino que además les pagan en dinero o en especie para contarlos entre sus convencidos discípulos. La afiliación a algunas sectas tiene precios apetecibles, como que son pagaderos en dólares.
Frente a los problemas sociales -la miseria, la injusticia, la violación de los derechos humanos-, las sectas se evaden, se retraen, caen en un silencio y en una inercia cómplice de los males del mundo. Ni con dichos ni con hechos ayudan a resolverlos y, por lo mismo, son responsables de mantener este estado de desequilibrio y desigualdad social. Su conservadurismo a ultranza ofrece unas creencias descarnadas que jamás se traducen en vivencias, como si lo que hubiera que salvar fuera el alma del hombre y no el hombre total. “Dios es también asunto profano”, escribió en frase feliz Ortega y Gasset.
Frente a la cultura nacional, el trabajo perseverante y socavador de las sectas, segregan a sus miembros quienes no los siguen, desune y enfrenta a los ciudadanos de las comunidades rurales, desarraiga de cuajo costumbres entrañadas en el pueblo, viola tradiciones patrias y no es nada remoto que sirva a intereses políticos extranacionales.
Rubén Darío observaba estos dos signos de identidad de las naciones latinoamericanas: aún rezan a Jesucristo y aún hablan en español. Las sectas descristianizan, desculturalizan y desnacionalizan.
-Artículo publicado en El Sol de México, 9 de febrero de 1988; El Sol de San Luis, 20 de marzo de 1988.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 8 de junio de 2025 No. 1561