Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Nuestro ambiente contextual aparece enrarecidamente tóxico por múltiples factores, enumerados por los medios, en las conversaciones de amigos y familiares.

La violencia física, verbal e ideológica parece el alimento de cada día. Son frecuentes los espadachines de los sofismas ‘ad hominem’, -descalificación del adversario sin el mínimo respeto y sin contra argumentar, o las fáciles generalizaciones que hablan de una pobreza intelectual.

Aumentan los crímenes, las desapariciones forzadas y la destrucción de instituciones necesarias para la mejor marcha del país, mejorables por supuesto, bajo una aparente democracia y con un claro perfil autoritario y dictatorial. La elección pésima de jueces a capricho sin méritos y capacidades jurídicas y por acordeón; cuanta razón tiene Gabriel Zaid cuando afirma que ‘Desgraciadamente, los políticos no ven la Constitución por encima de su política, como el marco supremo al que deben someterse, sino como un recurso modificable para el logro de sus propósitos’ (cf El Observador, 6-Jul-2025)

La tremenda invasión de la información falsa, sea la llamada ‘fake news’ o la generalización preocupante de la apócrifa de la IA,-inteligencia artificial.

La proliferación generalizada de los ‘cerebros popcorn’, -palomitas, ‘término acuñado por la neurociencia para describir un cerebro sobre estimulado por el consumo excesivo de contenido rápido en las redes sociales (TikTok, reels, YouTube, shorts…cf Rubicela Muñiz, ibídem).

Añadiríamos también el tufo de las guerras inmisericordes Rusia-Ucrania, Israel-Irán, juntamente con el trato a los hermanos migrantes; ambas posturas crueles y carentes de la valoración de la persona humana cuya dignidad es infinita, trasciende las fronteras.

El enseñoramiento del narcotráfico, el tráfico de personas, -sobre todo de mujeres y de niñas, la labor implacable de los extorsionadores; a esto se suma las luchas intrafamiliares, familias destruidas y a la deriva.

A pesar de los pesares en nuestro tiempo estamos por proclamar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, a toda creatura y con los medios a nuestro alcance, aunque ‘La cosecha es mucha y los trabajadores pocos’ (Lc 10, 1-12.17-20). Hemos de proclamar ‘la Paz a esta casa’, nuestra casa, nuestro país, nuestro mundo.

Los discípulos y apóstoles de Jesús, ‘La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad’, en dicho del Papa Benedicto XVI; hemos de sumarnos con los hombres de buena voluntad para revertir los males en los cuales campea la mentira.

Hemos de asumir nuestra labor profética, de anunciar el Evangelio y denunciar todo aquello que ofenda la dignidad de la persona y de la familia.

Proclamar el Evangelio de la Verdad, que es el Evangelio del Amor, pero siempre con esa previa actitud de escuchar y acoger a los hermanos que cargan heridas aparentemente incurables y que el Señor de Corazón traspasado, puede sanar.

Nuestro modo de ser debe llevar la impronta de la sencillez y de la cercanía fraternal y amistosa.

El testimonio que procede del corazón sincero y atrapado por Jesús, ha de ser nuestra tarjeta de presentación.

No podemos pecar de ingenuos, porque habrá quienes olímpicamente nos ataquen, nos agredan con insultos, hasta es posible el testimonio del Espíritu Santo en nosotros, por el martirio. Contemos de antemano con la divisa de Hobbes ‘homo homini lupus’, -el hombre es lobo para el hombre, pero con la corrección de más bien ‘algún hombre’, no todos; porque el Señor nos envía en medio de lobos, para proteger a las ovejas y a los corderos.

Anunciemos el Evangelio del Reino de Dios, de justicia, de paz y de amor.

Este himno litúrgico nos ayude: ‘María, pureza en vuelo, / Virgen de Vírgenes, / danos la gracia de ser humanos / sin olvidarnos del cielo. / Enséñanos a vivir, / ayúdenos tu oración, / danos en la tentación / la gracia de resistir’.

 
Imagen de Pedro Ivo Pereira Vieira Pedin en Pixabay


 

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